jueves, 20 de octubre de 2016

Poesía, al fin y al cabo


Flores y fantasía. Félix Prieto, Lucía. (La Alhambra, Granada, 2016).

Sangre de quimeras recostadas en mi vientre,
Dolor en el pecho de quererte.
Atardecer en mi mejilla,
Amanecer de nuevo en tu continente.
Revolución en tu mirada.
Ansias de libertad compartidas en mi refugio.
Brazos abiertos, puños cerrados,
Lucha y paz en armonía con tus párpados.
Fulgor en la comisura de los labios, 
Deseo recorriendo cada uno de tus lunares.
Clandestinidad en los vocablos.
Sed de sonrisas, guerra de caricias...
Y frío en las manos de tu ausencia,
Fantasma del destello invisible.
Cristal roto e irreconocible.
Herida sanadora de estos versos.
Terapia, pugna, conflicto, contradicción.
Poesía, al fin y al cabo.
El mejor remedio contra la ilusión.

domingo, 16 de octubre de 2016

Pérdidas y reconstrucciones

   

Tonalidades de atardecer, desde el balcón. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).

   Es increíble darse cuenta de la fragilidad de las cosas... Saber que, en cualquier momento, todo aquello que permanece contigo, o que eres... puede desvanecerse. Sí, de un momento para otro. Todo aquello que ha costado sudor y lágrimas construir, ese castillo de naipes que tiene aspecto de amistad, relación, o en términos generales: vida... Puede desfallecer. Y, a veces, transformarse en un cristal roto, imposible de recomponer pieza a pieza.

   Entonces, quedan dos opciones: asumir que es imposible volver a edificarlo, o preparar la mezcla de cemento para recolocar y fijar los cimientos, los ladrillos que conforman la estructura de aquello que añoras y temes extraviar. Una ardua tarea, con infinitas posibilidades de fallar en el intento. Misión suicida de reconexión. Convertirte en arquitecto de lo descompuesto. Mago de lo descarriado.

   Sabes que pesa más el miedo a perderlo, que la dificultad de recuperarlo. Rebobinar hacia atrás el cassette, y volver a grabar la historia. Pausar, borrar, play. A veces nos disipamos, perdemos el rumbo... Pero esto no nos impide retomar la senda del desorientado. ¿De veras merece la pena darse por vencido? Nunca. 

   "Si amas algo, déjalo ir". Tonterías. No, no lo dejas ir: luchas por ello. 

lunes, 10 de octubre de 2016

Cómo huir sin desaparecer en el intento


La libertad de volar. Félix Prieto, Lucía. (Monte de Gibralfaro, Málaga, 2016).

   A menudo sentimos la necesidad de huir. En ciertas ocasiones, este deseo de escape se encuentra enfocado al mundo que nos rodea. Nos abruma la realidad que nos ha tocado vivir. Nos ahoga, nos asfixia. Nos sentimos rodeados de seres inertes que camuflan la vista a un horizonte de esperanza, y sabemos que el único rayo de luz que nos podría alcanzar se encuentra lejos. Muy lejos. Darías lo que fuera por esfumarte entre las nubes y despertar en un sitio totalmente ajeno. Empezar de cero, sin que nadie conociera el manuscrito de tu supuesta existencia... Redactado por escritores que no son tú. Forjar la persona que realmente te gustaría ser, no la que se te impone que seas, personaje alimentado con expectativas inalcanzables. Suena tentador... 

   Si os digo la verdad, son escasos los momentos en los que no he querido dejar de pertenecer al sitio en el que me encuentro. Esto lo descubrí hace relativamente poco tiempo, aunque siempre lo he tenido muy dentro. Como un deseo inalcanzable, que mi razón trataba de ocultar para evitar el sufrimiento de ser consciente, la ingenuidad de sentirse acogido cuando en realidad no era más que una extraña en un mar de confusión. Un viaje. Un simple viaje me hizo darme cuenta de que necesitaba (y necesito) redescubrir mi mundo. Redescubrirme. Y eso, en la realidad en la que vivo, es irrealizable. 

   Sin embargo, hay algo que acobarda la salida. Dejar atrás. Abandonar todo lo que ha pertenecido a mi vida, cerrar mi libro antes de escribir el epílogo y comenzar el prólogo de una nueva historia. Me dan verdadero pánico los cambios, tomar decisiones, depender únicamente de mí misma... "¿Cómo saber si un giro de 360º es lo que uno necesita?", os preguntaréis. Eso simplemente se sabe. Y creedme, yo lo sé. Lo sé demasiado bien. Pero tengo miedo. Por suerte o por desgracia, aún no ha llegado el momento de partir. Cuando ocurra, solo entonces sabré si me he equivocado al escoger una senda alejada de la comodidad. O todo lo contrario.

   Existen muchos tipos de huidas, no solo las espaciales, recurrentes en mi pensamiento, como habéis podido comprobar. Las  huidas temporales, error desconsolado de románticos que albergan su esperanza en el recuerdo de tiempos pasados; desdichados entre los que me incluyo: ¡o tempora, o mores!... También las denominadas (por una servidora) huídas artísticas, refugio en lienzos, fotografías, melodías, letras, versos... representaciones de una realidad foránea, niebla de nuestra esencia, placebo para nuestro tormento. Y como ellas, infinidad de diversas vías de escape. No obstante, la huida más complicada es la que se pretende realizar de uno mismo.

   ¿No seria peligroso deshacernos de nuestra esencia? ¿No resulta aterrador? ¿Un acto cobarde? ¿Osado? ¿Necesario? ¿Prescindible? ¿Astuto? ¿Engañoso? No, borrar nuestra historia es misión imposible. No podemos huir de nosotros mismos, por mucho que queramos asumir que existe una mínima probabilidad de éxito en el intento. No podemos deshacernos de aquello que hemos sido, porque gracias a nuestras acciones conformamos la persona que somos hoy en día.

   Ley de causa y efecto, inalterable, constante...  "Todo lo que te sucede en el presente es lo que has creado en el pasado, y todo lo que estás creando en el presente, es lo que te sucederá en el futuro". Como un círculo vicioso, un laberinto personal ideado por cada uno de nosotros, del que es imposible encontrar la salida. Solo queda asumir el impacto y originar nuevos móviles que elaboren un original mapa de objetivos y sus correspondientes consecuentes.

   En palabras de mi querido Stephen Chbosky, “we can't choose where we come from, but we can choose where we go from there". No podemos suprimir una parte de la historia, reescribirla, o tirar el papel del ensayo a la basura... pero sí podemos poner punto y aparte, y continuar nuestra obra teatral por un nuevo acto. No podemos huir... podemos evolucionar. Sin desaparecer en el intento.

domingo, 9 de octubre de 2016

Tú, galaxia; yo, planeta


Barcos, luces, reflejos, magia. Félix Prieto, Lucía. (Muelle 1, Málaga, 2016).

   Me gustaría crear universos paralelos a tus labios.
Realizar viajes astronómicos por tu espalda.
Que el vértice de tu estrella se clavara en mi pecho, y me atravesara el alma.
Y sangrar, sangrar de alegría al perderme en cada una de tus constelaciones.
Unirme a la melodía acompasada de los satélites en tu órbita.
Volar entre las sombras oscuras de tus agujeros negros.
Explotar como un meteorito al entrar en contacto con tu estratosfera.
Derretirme con el Sol de tu mirada.
Ser tu luna, tu satélite.
Convertirme en polvo astronómico...
Y renacer cada vez que me beses.
Falta de oxígeno en mi atmósfera extraterrestre.
Yo solo soy un insignificante planeta,
Y tú...
Tú eres mi galaxia.

martes, 4 de octubre de 2016

Sé que puedes


 

Laoconte. Félix Prieto, Lucía. (Museos Vaticanos, Ciudad del Vaticano, 2016).

   Estamos llenos de ilusiones. Algunos más, otros menos; pero todos tenemos nuestro propio plan, diseñado por y para nosotros mismos. Ese objetivo por el que nos gustaría luchar con uñas y dientes, darlo todo si fuera necesario para conseguirlo. Rebuscando en lo más hondo de tu ser, seguro que encuentras a lo que me refiero. Sí, sabes a lo que me refiero. Sé que lo sabes. Entonces, ¿por qué no eres capaz de perseguir esa meta? ¿Por qué no te atreves?

   Nuestra fuerza de determinación es lo que nos define, nuestra capacidad de decidir por qué luchar y cómo hacerlo. El hecho de no rendirse ya constituye una victoria. ¿Que no vas a ser capaz de hacer 'x' o 'y' cosa? No te lo creas. Es más, ríete en la cara de quien se atreva a decirte eso. Es cierto que a veces la posibilidad de éxito es de un 0,000001 % y en descenso; pero existe. Y en el momento en el que existe una mínima posibilidad de conseguirlo, hay que aferrarse a ella. Hay que creer que se puede. Y es que sí, se puede.

   Créeme, dentro de unos años, no vas a querer echar la vista atrás y darte cuenta de todos esos asuntos pendientes, de lo que dejaste sin hacer y para lo que se ha hecho demasiado tarde. O lo que es peor: arrepentirte de todo lo que ni siquiera intentaste. Al fin y al cabo, la satisfacción de haber conseguido algo que se creía imposible es la mejor forma de acercarse a aquello que llaman felicidad. Nuestra meta final. ¿Es una utopía? ¿Es inalcanzable? Permíteme la osadía de afirmar que no hay nada que no se pueda lograr en esta vida si tenemos la suficiente voluntad de intentarlo una y otra vez, recuperándonos de cada caída, avanzando con pasos lentos pero firmes. La impaciencia es la enemiga de la virtud: todo se logrará a su debido tiempo. Siempre con empeño, dedicación e ilusión. 

   El deseo. "El deseo es el motor", decía un profesor que me enseñó a apreciar un poco más la vida como arte. Y qué gran verdad. No te rindas, jamás. Lucha. Lucha por aquello que quieres ser, por la meta que quieres conseguir, por cumplir tus deseos más sinceros. Lucha para que nadie pueda decirte nunca que no lo intentaste, para dejar sin habla a aquellos que te consideraron incapaz sin saber tu fuerza. Demuestra que puedes. Que eres suficiente. Y más que suficiente: que eres especial. Cada uno de nosotros somos especiales a nuestra manera, y el mundo debe ser consciente de todo el potencial que posees. Sácalo. Explótalo. Cómete el mundo, antes de que él te consuma a ti con una existencia vacía. Y se feliz.

sábado, 1 de octubre de 2016

El pasado, pasado está


Amanecer en el mar. Félix Prieto, Lucía. (Playa de la Misericordia, Málaga, 2016).

   Todos y cada uno de nosotros hemos caído más de una vez en el error de volver al pasado. No estoy hablando de forma presencial, pues es físicamente imposible; pero sí en el pensamiento. La de veces que habremos intentado revivir una escena en nuestra cabeza... Ese primero beso, el primer "te quiero", la primera vez que miraste a esa persona a los ojos y comprendiste que era con la que debías estar... O, simplemente, fuera de materia amorosa, uno de esos días en los que la vida te sonríe, y no te importaría volver a él todas las veces que fueran posibles. Cual simpatizante de Nietzsche y su teoría del eterno retorno.

   Se presenta entonces un problema. Uno muy grande. No, no podemos volver al pasado. Por mucho que queramos. Y tampoco podemos recordar permanentemente todo aquello digno de permanecer en la memoria. "Pues qué putada", dirían algunos. Yo, sin embargo, tras mucho experimentar en primera persona el dolor que supone recrearse en tiempos anteriores, he llegado a una conclusión final: vivir en el pasado no es más que una forma rápida de morir. Recordar... duele. Vivir en el pasado... consume. O si no, que se lo digan a la nostalgia, fiel compañera de tardes tristes con música de Coldplay y Keane de fondo. Sé lo que es mirar una y otra vez las fotografías de tiempos antiguos, y que aparezcan en mi memoria miles de momentos que ya no van a volver. No, nunca van a volver

   Sin embargo, hay algo más que me perturba. Más que perturbarme, me entristece. ¿Por qué no somos capaces de recordar sentimientos? Las imágenes, sonidos, palabras, colores... Todo, todo permanece en nuestra memoria. ¿Por qué no la forma en la que nos sentimos en determinado momento? Tenemos recuerdos vacíos. Incompletos. Y, entonces... ¿Realmente queremos "vivir" (si es que realmente se puede llamar así a estancarse en el pasado) sintiéndonos entes vacíos?

-  Es hora de dejar la melancolía en casa y salir a vivir. Pero a vivir de verdad. -

   Porque, como diría Ted Mosby, "you can't cling to the past. Because no matter how tightly you hold on, it's already gone".