domingo, 15 de octubre de 2017

Ausencias


Lluvia y sombras. Félix Prieto, Lucía. (Rockwood Conservation Area, Canadá; 2017)

Prometo que llegará el día en el que no me consuma tu marcha,
que cese la búsqueda de tu sombra entre mis sábanas,
el tacto gélido de tus dedos entrelazados con los míos,
el abrigo que me ofrece tu ausencia.

Dejaré de pensar en cómo la distancia entre dos cuerpos inertes puede hacerse infinita en noches de insomnio,
y desecharé la idea de conservarte en ellas; pues tener a alguien solo en sueños es como un vaso medio vacío,
o vacío del todo...
No es más que una ilusión que se esfuma.

No habrá poema de Neruda que me recuerde a tu mirada,
ni canción que se me resista a enlazarla con suspiros.

Volveré a estar completa, como siempre lo he estado. Pero aún es pronto.
El olvido se hace de rogar, y más cuando el dolor lo acompaña de la mano.

miércoles, 24 de mayo de 2017

"Toda esa puta electricidad era una mentira más"


Mentiras y ficciones eléctricas. Félix Prieto, Lucía. (Sala París 15, Málaga; 2017).

Ficciones.
Nuestra vida está llena de ellas.
Las necesitamos para continuar errantes en este mundo, donde las injusticias reinan la corona de la soberbia y el egoísmo.
Ficciones que no se materializan; o sí lo hacen, pero en forma de lágrimas o cristales punzantes.

Comenzando por la ficción más grande jamás creída: la idea de Dios.
Debe morir, decía Nietzsche; y únicamente tras su entierro, el hombre podrá madurar y prosperar.
Qué razón tenías, amigo nuestro.
Dios, quien solo existe en los pensamientos equívocos de pobres esperanzados.
En la psique de aquellos que necesitan inventar ficciones para asegurar su camino en la espesa niebla que nos recubre. (Eh, pero, ¿eso no éramos todos?)

Y como esa, muchas otras.
Son infinitas las ficciones que nos gobiernan.
Como los sentimientos: el amor, la tristeza...

¿Y la felicidad? ¿No es también una ficción? En efecto.
Son destellos que se disipan en nuestro oscuro universo.
No hablo de imposibilidad, pero sí de efímeros y oníricos momentos.
De ficciones, al fin y al cabo.

De eso trata todo en realidad.
Ficciones, tan absurdas como necesarias.
Que inundan nuestras vidas de mentiras. Mentiras que nosotros asimilamos como ciertas.
¡Qué bien se nos da mentirnos a nosotros mismos!

En el fondo, os(nos) comprendo.
Puede que esa sea la única forma de subsistir en este penumbroso mundo terrenal...


Sí, Leiva, toda esa puta electricidad era una mentira más.

domingo, 7 de mayo de 2017

Música, arte, vida

La magia del Poeta Halley. Félix Prieto, Lucía. (Sala París 15, Málaga; 2017).

   Dicen que, hasta que no escuchas un grupo de música en directo, no comprendes lo especial de sus canciones, la importancia de cada uno de los acordes, el significado de sus letras, lo que verdaderamente transmiten, desde una perspectiva mucho más profunda. Bueno, he de reconocer que eso del dicen es mentira; soy yo la que lo dice. Antes de este concierto, Love of Lesbian era solo un grupo alternativo más. No estaba mal, de hecho, me gustaban bastante; pero oye, las canciones eran algo extrañas. Y las letras... ¿Incomprensibles? Llenas de metáforas sin sentido, elementos indescifrables, correlaciones que no tenían a veces ni pies ni cabeza... O eso pensaba.


   Fue comenzar Cuando no me ves y algo se movió dentro de mí. No sé describirlo exactamente. Quizás sería la emoción por adentrarme en algo nuevo, en un viaje astral por el que me conducirían sus canciones. Y así fue. Durante las más de dos horas de concierto no pude más que sumergirme en sus sonidos, sus recitales de poesía. A lo largo de esos efímeros minutos, me hicieron olvidarme de todos esos complejos asuntos que se esconden en los compartimentos de mi mente, sitios en los que solía gritar. Sí, de repente, desaparecieron. Desde luego, puedo afirmar que, aquella noche de viernes, la Luna nos dio el premio que tanto merecíamos: escucharlos (y sentirlos, tan cerca).


   Y creía que ya se iban, finalmente, pero volvieron. Y volvieron con lo más bonito de su discografía: El Poeta Halley. Necesitaba escuchar esa canción en directo. Fue la que dio origen a todo. Y lo hice, al fin lo conseguí. Y fui feliz, no os imagináis tanto. Creo que suena algo estúpido, pero me sentí especial, estando allí, en ese momento, escuchando esa canción especial en vivo, con el grupo a escasos metros de mí, y decenas de personas a mi alrededor que, posiblemente, estaban experimentando algo similar a mí. Me sentí viva. 


   Llegué a comprender lo especial de sus letras, lo que querían transmitir con cada una de ellas. Con tan solo mirar la expresión de Santi, sus movimientos, el énfasis de los músicos, los apuntes antes de comenzar las canciones que más significaban para ellos... Todo, todo me hizo comprender que Love of Lesbian es uno de los mejores grupos nacionales del panorama musical actual, Que sus letras son pura fantasía y sentimiento: hacen viajar, llorar, reir, perderse entre pensamientos, y, sobre todo, consiguen emocionar. Y qué cosa más bonita que el hecho de que el arte de unas palabras combinadas con una preciosa melodía te hagan sentir cosas sin suponer algo material, en este mundo tan superficial y absurdo en el que nos encontramos. Porque no hay tampoco nada más bonito que alguien se desnude de esa forma tan profunda (hablando en un sentido metafórico), y puedas sentir como cada una de sus palabras penetran dentro de ti.


    La conclusión que extraigo de toda esta experiencia que he intentado expresar con palabras es la siguiente: 
Si nos quitan el arte, nos quitan la vida. 
Y no hay arte más bonito que el que se puede transmitir de persona a persona, a través de la música. 



A ti, Santi Balmes, te pido: no dejes de hacer poesía.
Eres el mago que encontramos cuando miramos los ojos. Y, si no hay mago, no hay magia.
No dejéis de acompañar versos llenos de metáforas con melodías.
No dejéis de hacer magia.
Nunca, nunca dejéis de hacer arte.
Porque, por muchas pocas putas ganas de seguir el show que se tengan, como diría el gran Freddie Mercury: 'show must go on'.



Y ahora puedo afirmar, de verdad, que me habéis ganado. 
Os habéis ganado mi voz, mis palabras, mi corazón... 
Ahora yo también soy otra fan de John Boy.


Y...
"Como un día me dijo el poeta Halley, 
Si las palabras se atraen, que se unan entre ellas 
Y a brillar, que son dos sílabas"


   Pero, eh, por qué no compartir, ya que estoy con la referencia a las canciones, un poema (o más bien prosa poética, pues es algo torpe con las rimas) que habla de una chica que era a la vez Oniria e Insomnia, aquella que soñaba, y quizás dormía sin saber:

"Oniria e insomnia,
el poema de las contradicciones.
Como la escritora de estos versos.
Oniria de día, insomnia de noche.
Soñar despierta, despertar soñando.
Dormir inquieta, atemorizada por las pesadillas;
o no dormir, y permanecer horrorizada por la realidad.
Nunca quiso asumirlo, y, por ello, se refugió en sus sueños.
En el sentido metafórico y literal de la palabra.
Soñaba con volar, con huir del mundo y de la vida.
Pero no dormía.
Lo consideraba una pérdida de tiempo.
Pero, cuando despertaba, solo quería dormir.
Llegó incluso a desear dormir para siempre,
sumergirse en un sueño eterno,
fusionarse con Oniria y abandonar a Insomnia.
Pero sabía que la echaría de menos.
Se sintió culpable, y volvió con ella.
Pasó noches en vela abrazando a Insomnia, 
en medio de la oscuridad de sus pensamientos.
Esta le acariciaba el pelo, la consolaba.
Y Oniria observaba en silencio, recelosa.
No podía decidirse por una o por otra.
Quizás fuera Oniria, quizás Insomnia.
Quizás una mezcla de ambas.
Una contradicción.
La de vivir soñando, y morir durmiendo.
Y viceversa"
Atte: la chica de las contradicciones

GRACIAS.




domingo, 26 de febrero de 2017

"Somos solitarios permanentemente en contacto"


Digitalización vital. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2017).


     Tenemos la necesidad de contar en todo momento lo que hacemos y con quién lo hacemos, de mostrar cómo nos sentimos en forma de limitados caracteres. De revelar qué nos gusta y cómo nos gusta, como si alguien fuera a tenerlo en cuenta. De dar nuestra opinión acerca de cualquier tema, incluso de aquellos sobre los que no tenemos ni idea, sin que nadie nos pregunte. De sentirnos escuchados (o leídos), aún sabiendo que probablemente sea a un porcentaje muy bajo de la gente que nos está leyendo al que verdaderamente le interese todo lo que relatamos. De colgar fotos de cada fiesta, cada encuentro con nuestros amigos, etc, como si necesitáramos mostrar al mundo que no estamos solos, que somos sociables, extrovertidos, divertidos, alegres... Sí, por qué no admitirlo, tenemos la necesidad de aparentar que somos quienes no somos en todas nuestras redes sociales.

     ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué lo hacemos? ¿Por qué no paramos de subir a Internet fotografías que dan constancia de lo "felices" que somos (aunque, y está más que demostrado, en ciertas ocasiones estas no sean sino mera apariencia)? ¿Por qué tenemos la necesidad de acercar nuestra experiencia vital a conocidos (que no amigos) y extraños, cuando debería ser algo personal e íntimo? Da la sensación de que nuestra vida no podría existir si no estuviera digitalizada, como si fuera condición sine qua non que cientos, miles o millones de personas tengan acceso a nuestros recuerdos para hacerlos reales... Parece como si el hecho de reservar aspectos de nosotros mismos y no hacerlos públicos en las redes nos anulara como personas.

    ¿Qué se encuentra detrás de todo ello? Una soledad inmensa. Ya lo dijo Zygmunt Bauman: "Somos solitarios permanentemente en contacto". Las redes sociales nos consumen, nos aniquilan, nos reducen a meras apariencias.

     Ahora decidme que no es triste quedar con un grupo de amigos y que no paren de interactuar con sus teléfonos móviles en vez de entre ellos. Que sustituyan el calor humano por el calor digital. Que se pierdan las sonrisas compartidas y se conviertan en emojis que se envían a través de WhatsApp. Que las cartas escritas a mano hayan sido sustituidas por mensajes largos que se leen detrás de una pantalla, y que las palabras más sinceras que se pronunciaban mirando a los ojos, fijamente, sean ahora indirectas resumidas en 140 caracteres que flotan en la nada. Decidme que no os da pena ver cómo todo contacto entre personas queda reducido a una mera interacción digital, y que los abrazos, los besos, o cualquier demostración de amor (y no hablo solo de pareja) pierda valor por un insignificante "no me contestaste al WhatsApp y ví que estabas en línea".

     Cada vez somos más las personas que nos estamos quedando sin vida por culpa de las redes sociales. Ha llegado un momento en el que no somos capaces de disfrutar de nada de verdad, porque estamos más pendientes de hacer que los demás vean que lo hacemos que de verdaderamente entregarnos a ello. Ya no experimentamos las cosas, ahora las publicamos, y ya luego, si eso, nos paramos un segundo a ver qué ocurre. No apreciamos nada. Absolutamente nada. ¿Sabéis? A veces envidio a un amigo mío, que no necesita las redes sociales para vivir. Cada vez son menos las personas como él, que son capaces de subsistir sin permanecer eternamente conectados a la red, sin publicar todo lo que experimentan, sin dar constancia de cómo se sienten a gente que no conocen (sin embargo, prefieren hacerlo en persona, con gente de confianza, ¡qué descubrimiento más útil!).

Creo que, después de leer todo esto, hay algo que queda claro, y es lo siguiente: 

Merece la pena pararse a pensar, y darse cuenta de que la vida real no se encuentra detrás de una pantalla.

Yo he decidido desintoxicarme un poco de las redes sociales. Hazlo tú también. 
No dejes que la tecnología determine quien (no) eres.

viernes, 27 de enero de 2017

¿Son necesarias las etiquetas?

   
Enmarcar la belleza. Félix Prieto, Lucía. (Álora, Málaga; 2017).


   Estamos obsesionados con poner(nos) etiquetas. En esta sociedad, desde que nacemos ya nos asignan una etiqueta determinada. "¿Es niña? ¿O niño?"(¡No vaya a ser un alienígena!). "Pero qué niña más guapa tienes". "¡Vamos a comprarle un pijamita rosa! ¡Y una cuna rosa! ¡Y un chupete rosa!". La niña se hace mayor. Le regalan muñecas, y posteriormente vestidos, tacones, la apuntan a clases de baile (de forma forzada), la enseñan a depilarse y a pintarse, a sacarse partido a su explosiva feminidad... Pero, ¿qué ocurre cuando esa niña crece y se da cuenta de que no encaja en la etiqueta que le han asignado? ¿Que no es el producto perfecto y femenino que intentaban crear? Que cuando le regalaban muñecas, ella quería videojuegos; que siempre ha odiado la depilación y maquillarse, porque opina que es una pérdida de tiempo; que es horriblemente patosa para el baile y lo odiaba, y que hubiera preferido apuntarse a algún deporte, como el atletismo. La niña calla, calla y retiene, para evitar el conflicto. Porque quizás no encaja en el rol del género femenino que le fue asignado al nacer, pero oculta esta insatisfacción, ya que conllevaría el aislamiento, la apartaría de sus seres queridos. Porque incluso puede que no se considere mujer, sino que se identifique como hombre, o como ambos, o como ninguno de ellos. Quizás solo quiere ser ella misma. Quizás solo quiere ser una persona.

   Cada vez que leo más acerca del tema, me encuentro con millones y millones de etiquetas nuevas, en cuanto a géneros, sexualidades, tipos de personalidad... Formas de clasificar a una persona según sea de una forma u otra. Aunque el propósito pueda ser considerado bueno y válido, quizás deberíamos analizar el trasfondo. Estamos subordinándonos a ser marionetas del sistema; porque, si lo pensáis un poco, etiquetar... Se etiqueta a los productos. Les conviene que estemos preocupados por "definirnos", por saber en qué cajón meternos, mientras ellos hacen con el mundo lo que les conviene. Y, en cierto modo, les favorece el individualismo que nos invade. Claro que les favorece. Porque, muchas veces, el hecho de centrarnos tanto en nosotros mismos, en quiénes somos y qué somos, nos hace olvidar que hay mundo más allá de nosotros, y que quizás todo iría algo mejor si dejáramos de preocuparnos por encontrar nuestra etiqueta, con la que marcarnos de por vida, y nos empezáramos a interesar por asuntos que abarcan al resto de seres. Puede que no seamos tan importantes como pensamos, al fin y al cabo, y que la clave no esté en adscribirnos a un grupo de la sociedad, en unirnos a uno de los diferentes subgrupos de la masa, sino a luchar en conjunto por un mundo mejor.

  Sin embargo, voy a contradecirme a lo señalado anteriormente. Admito que, muy a nuestro pesar, las etiquetas son necesarias en un sistema como el nuestro: heteropatriarcal, capacitista, especista..., donde etiquetarse supone adscribirse a una lucha que motiva el cambio. No obstante, etiquetarse también significa limitarse. Todo sería mucho más sencillo si simplemente pudiéramos ser nosotros mismos, sin necesidad de encasillarnos en un rol o característica determinados. Por ello, hemos de luchar por eliminar los roles de género, el etiquetado inconsciente pero forzado, el "si te consideras 'x', debes ser de tal forma", la estúpida necesidad de atribuirnos cualidades que tal vez no tenemos por tal de encajar. Crear un sistema tolerante en el que cada persona puede ser exactamente como quiera ser, sin ser discriminado por ello, ni necesitar clasificarse como 'x' o como 'y'. Cada persona es un mundo, un mundo complejo y apasionante, imposible de catalogar en un tipo determinado.

   Deseo, espero y creo firmemente que llegará un día en el que las etiquetas no nos hagan falta, y que podamos hablar de nosotros como personas, seres individuales y completos, aun con la dificultad que eso suponga. Y poder decir:

Hola, soy Lucía, mujer, cisgénero y bisexual, encantada. 
Hola, soy Lucía, una persona que se enamora de personas, encantada.

miércoles, 25 de enero de 2017

Las palabras (no) se las lleva el viento


Florecer. Félix Prieto, Lucía. (Álora, Málaga; 2017).


   Imagina que te proponen que cierres los ojos, que te concentres y relajes, sumergiéndote en tu propio mundo de pensamientos. Entonces, imagina que te plantean que vuelvas al momento en el que alguien pronunció palabras hirientes en tu contra, que calaron en lo más hondo de ti. Sí, piensa en esas palabras, aunque duelan (y no precisamente poco). Lo notas, ¿verdad? Es como si esas insignificantes palabras se hubieran quedado clavadas en tu memoria, como si aún pudieras sentir el daño que te ocasionaron. Ahora, imagina que te plantean exactamente la situación contraria, y que debes recurrir al recuerdo de palabras que te hicieron feliz, que en el transcurso de dicho discurso te hicieron sentir una persona afortunada. Sí, veo la sonrisilla tímida que se dibuja en tu rostro. Es increíble el efecto duradero de las palabras...

   Es triste darse cuenta de las mil y una palabras que se quedan sin decir, aunque detrás de ellas haya existido el motor que trataba de impulsarlas. Llámalo deseo, llámalo ganas, llámalo amor... Llámalo como quieras. Seguro que también puedes pensar en una situación en la que las palabras se hayan refugiado, tímidas, en tu garganta, y tus cuerdas vocales no hayan podido generar los vocablos del miedo. ¿Por qué sucede esto? Porque pensamos en términos de imposibles en vez de improbables. Pensamos que no somos lo suficientemente buenos, lo suficientemente guapos, lo suficientemente listos... Lo pensamos tanto, que acabamos siendo suficientemente idiotas. ¿Qué es lo que marca qué es "suficiente" y qué no? O, mejor dicho, ¿quién? La respuesta correcta es: tú mismo. 

   Es cierto que no somos únicos en el mundo, pero también es cierto que no hay nadie como nosotros. Suena a paradoja, y en cierto modo lo es. Pero estoy segura de que nadie, en este mismo momento, está sintiendo lo que yo siento, ni ha vivido lo que yo he vivido, ni guarda las palabras que guardo yo, y que en este momento estoy dejando al descubierto. Por ello, todos debemos pronunciar nuestras palabras. En toda clase de situaciones. La comunicación es poderosa, y es nuestra mejor arma. Decid todo lo que llevéis dentro, venced vuestros miedos, vuestra indecisión... Y dejad que venzan las ganas. Todos tenemos algo que decir.

Al final, todo se trata de eso: palabras. Pero... ¿Las palabras no se las llevaba el viento? 
Y una mierda.

Gracias, Jesús.

jueves, 19 de enero de 2017

La interpretación de los sueños


La noche más oscura. Félix Prieto, Lucía. (Roma, Italia; 2016).


   Haciendo honor al título de mi blog, El viaje onírico del pensamiento, he decidido escribir una entrada que nada tiene que ver con lo anteriormente publicado. Hoy vengo a hablar de sueños. Pero no de sueños en cuanto a su acepción más utilizada, que tiene que ver con los deseos vitales de cada uno; sino con su significado más abstracto, con ese conjunto de situaciones que "vivimos" mientras nos encontramos entre los brazos de Morfeo. 

   El adjetivo 'onírico', del griego ὄνειρος, (óneiros),"sueños", designa a todo aquello vinculado a las imágenes, sonidos, situaciones... que experimentamos cuando soñamos, al dormir. En otras palabras, como lo definiría la RAE, los 'sucesos o imágenes que se representan en la fantasía de alguien mientras duerme'. En todo momento se habla de fantasías y no de vivencias, pero... ¿Dónde se encuentra realmente el límite entre lo real y lo onírico?

   Quizás esto no sean más que los delirios de una loca freudiana, pero apoyo profundamente la tesis defendida por el padre del psicoanálisis, quien afirmaba que los sueños no son sino manifestaciones de las emociones enterradas en el subconsciente. Según él, todo lo que reflejamos en los sueños son deseos que quizás ni siquiera sabemos que poseemos, anhelos reprimidos, frustraciones, miedos, 'deformaciones oníricas' de todo aquello que nuestro subconsciente ansía o teme. Cada sueño, por extravagante que parezca, aunque se asemeje a un supuesto sinsentido, posee su significado, que podemos obtener a través del análisis y del "método descifrador"; y así lo refleja Sigmund Freud en su célebre obra La Interpretación de los Sueños.

   ¿Y si los sueños no fueran solo sueños? Provienen del subconsciente, de nuestro otro "yo", de un extraño en nuestra propia mente, un nivel de nosotros mismos que no llegaremos nunca a alcanzar. ¿Y si se tratase de recuerdos reprimidos, en ciertas ocasiones, lo que proyectamos mientras dormimos? Esta es mi aportación a la propuesta de Freud. Sería muy posible el hecho de que se nos quiera mostrar aquello que no queremos saber o recordar de nosotros mismos. Es probable que no se trate de las situaciones exactamente como las percibimos cuando soñamos, pero también lo es pensar que los sentimientos (porque sí, en los sueños también sentimos), reacciones o personas y formas de actuar que se nos presentan pueden ser calificados como reales.

   Hoy me he despertado llorando (y no me refiero a unas escasas lágrimas, no). Me he despertado de golpe de un sueño doloroso que parecía tan real que daba miedo. Y es que mis sueños siempre son muy reales, como si de recuerdos que mi mente proyectase se tratara, no de fantasías que mi subconsciente decida trastocar. Además, mis sueños son lúcidos, es decir, puedo interactuar en ellos y decidir qué hacer y qué evitar, así como seleccionar el momento exacto para que desaparezcan. Sobra decir que el hecho de que parezcan tan reales no es sino una tortura cuando se convierten en pesadillas. 

   Pero, a pesar de que comparta fielmente la opinión de Freud acerca de que los sueños tienen más de sueños que de realidad, por muchas manifestaciones del subconsciente que sugieran, no puedo evitar sentirme inquieta a la hora de interpretar lo "vivido".

Al fin y al cabo, son solo sueños... Pero quién sabe si algún día podrían hacerse realidad. O quizás ya lo hayan sido.

sábado, 14 de enero de 2017

"Vida, dulce trampa mortal"


Alarma de autodesconocimiento. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).


   Todos los seres humanos poseemos una tendencia natural a optar por la autodestrucción. De entre los miles de caminos que podemos escoger, nos inclinamos por la opción que más daño es posible que nos haga. Y lo sabemos, claro que lo sabemos; pero nos decantamos por ello de igual manera. ¿Qué sentido tiene? Ninguno. ¿Somos estúpidos por naturaleza, entonces? Lo dudo. Lo que ocurre es que resultamos ser lo suficientemente ingenuos como para nublar dicha opción nociva, autoconvenciéndonos de que quizás sea lo que debemos hacer; lo que realmente queremos, lo que pensamos que va a poder hacernos felices... No obstante, como ya sabemos de sobra, el dolor y la felicidad no son sentimientos compatibles. Esta última se define como la ausencia de aflicciones; y es, por tanto, antónima del sufrimiento. Pero qué cabeza tan mórbida la nuestra, que decide castigarnos por permanecer semidormidos.

   De repente llega un día en el que miras "tu reflejo" en el espejo y no te reconoces. "¿Quién es este que se ha apoderado de mi cuerpo?". Te sientes desconcertado, deshecho, confundido... "Yo no soy lo que el cristal me muestra", afirmas rotundamente, asustado. Tus ojos lucen derrotados, arropados por unas oscuras ojeras que evidencian el cansancio que arrastras. Tu piel ha perdido color, suavidad... Luz, esa luz de la energía que tanto te caracterizaba. Ahora está mucho más pálida y tersa, más apagada..., como tu luz, igual de extinta.

   Entonces te preguntas qué ha podido suceder... Y en ese mismo instante lo sabes. Sabes que la única causa de extinción has sido tú mismo. Emergen en tu memoria recuerdos de aquellos momentos en los que decidiste darte por vencido aun sabiendo que existía la posibilidad lejana de éxito, por muy mínima que fuera; todas esas veces en las que te odiaste, porque aquello que querías (y que pensabas que necesitabas) estaba "fuera de tu alcance". Cuando tu única solución o vía de escape era el alcohol, beber hasta dejar de ser consciente de tu propia existencia, camuflar momentáneamente tu insatisfacción y tristeza y dejar de recordar quién eras y cuál era tu vida... Todo, todo ello para nada. Para olvidar lo ineludible... Menuda táctica de mierda, con perdón de la vulgar expresión.

   Pero eres consciente de algo más: esto no te ocurre solo a ti. Estás rodeado de máscaras, tras las que se esconden sustancias inertes, quebrantos de ilusiones, humo que se disipa. Todo, o casi todo el mundo a tu alrededor constantemente recurre a vanos procedimientos como los tuyos. Unos se refugian en relaciones tóxicas, otros se aíslan, muchos se entierran bajo sustancias nocivas, drogas de la calamidad. Cada uno de ellos se encierra en su propia burbuja, demasiado atemorizados como para enfrentarse al mundo, que los desafía con garras... La vieja tortura de la inconsciencia. Novios de la muerte.

   Y yo me pregunto: ¿por qué no reivindicar formas de evasión tan bonitas como un abrazo, en vez de entregarnos a armas sutiles de destrucción masiva? Nosotros y nuestra maldita manía de autodestruirnos. Luchemos contra nuestros instintos suicidas.