viernes, 25 de noviembre de 2016

El heteropatriarcado y demás toxicidades


Libre expresión del cuerpo. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).

   Hoy no vengo a ponerme filosófica, no. Hoy vengo a quejarme; pero, sobre todo, a deconstruir,. A formar. Me ha invadido el ansia combativa, y he decidido aventurarme a escribir sobre este tema, algo controvertido. Sí, soy feminista; que no feminazi (válgase la absurdidad del concepto). Y sí, hoy, 25 de noviembre, Día Contra la Violencia de Género, me dispongo a explicaros en qué consiste nuestro movimiento. Y a reivindicar nuestra lucha y nuestros ideales.

   En primer lugar, me gustaría empezar por definir la palabra feminismo. Según la RAE, el 'feminismo' se identifica como la "ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres" (definición bastante cuestionable, teniendo en cuenta que la Real Academia Española no es, ni mucho menos, una institución igualitaria, sino patriarcal; con semejantes personajes entre sus sillas como Pérez Reverte, del que me abstengo de comentar). El objetivo del feminismo no es conseguir la igualdad, no. El feminismo no es un movimiento que incluye a los hombres, no. El feminismo busca la liberación de la mujer de las garras del patriarcado. La elevación de su categoría inferior, y la adquisición de los mismos derechos que poseen y han poseído siempre los hombres. La eliminación de los micromachismos y opresiones que sufrimos las mujeres día a día. No buscamos equipararnos al hombre, no. Esto es solo la consecuencia de nuestra lucha. Buscamos ser reconocidas, no oprimidas, libres

   Me gustaría, a continuación, hacer un inciso en una de mis afirmaciones anteriores. "El feminismo no es un movimiento que incluye a los hombres". El feminismo es un movimiento creado por y para las mujeres; ergo los hombres no pueden apropiarse de nuestro movimiento. Faltaría más. No obstante, esto no quiere decir que no puedan apoyarnos, que no posean nuestra ideología. Al contrario, toda ayuda es bienvenida; y es especialmente importante que los hombres, que se encuentran dentro del colectivo opresor, sean conscientes de dicha desigualdad y luchen sin combatirla. Pero los hombres no son "feministas", son aliados. Parece ser que ciertas personas de influencia no entienden dicho concepto (lo cual es bastante común entre la población masculina):




No, perdonad, no sois feministas. No es vuestra lucha. Me autocito: 

"Un hombre siempre va a relegarse a un plano secundario a la hora de hablar de feminismo. Su papel es el de deconstruirse, entender, apoyar. Un hombre no puede ser feminista porque no sufre la opresión; y mantiene los privilegios que oprimen a las mujeres aunque no esté de acuerdo".

   Y sé que esta última frase va a causar cierto desacuerdo entre los varones. "Pero es que las mujeres también tenéis otra clase de privilegios y no nos quejamos", "exigís igualdad de derechos cuando luego la custodia de los hijos siempre os la lleváis vosotras", "si un hombre denuncia por violencia que le ha sido ejercida por parte de una mujer no pasa nada; sin embargo, si es el hombre el que agrede a la mujer, acaba en la cárcel casi sin pruebas"; y otras reclamaciones masculinas (y a veces no solo de ellos), que, permitidme la osadía, deberían ser calificadas de absurdas. Creo que es oportuno apuntar que el hecho de que los jueces otorguen la custodia de los hijos a las mujeres, no es más que otra de las imposiciones de una sociedad machista en la que la mujer está destinada a cuidar a sus descendientes, ya que "ha sido creada para ello" (bastante refutable que esta sea una de las misiones más importantes de la mujer). Y si la justicia defiende más a las mujeres en los casos de violencia del género contrario (sí, como si solo existieran los géneros binarios, menuda elección de término más incompleta), "será por algo". No hay más que ojear los datos de nuestro país referentes al pasado año (no he querido fijarme en estadísticas del presente año, debido a que aún se encuentra inconcluso): 


Fuente:  Portal Estadístico, Delegación del Gobierno para la Violencia de Género

   El 016, número de atención a víctimas de violencia de género, registró una cifra de aproximadamente 82.000 llamadas. Una pasada. Encabeza la lista la Comunidad Autónoma de Madrid, con 14.275 llamadas, seguida de cerca por mi "querida" Andalucía, comunidad en la que se realizaron nada más y nada menos que 12.366 llamadas; según los datos que nos ofrece dicha entidad gubernamental.

 

Fuente:  Portal Estadístico, Delegación del Gobierno para la Violencia de Género

   Además, se realizaron 129.193 denuncias, la mayoría de casos de forma directa por parte de la víctima; e incluso mediante intervención policial. Y ahora atreveos a degradar al feminismo, a decir que somos "unas exageradas", a pensar que el machismo "no es para tanto". Claro que es para tanto.

   Me resulta curioso el artículo El privilegio femenino, de una página denominada blog masculinista (bonito nombre; nótese la ironía), que pone en relieve este sentimiento lastimoso que tanto caracteriza a la población masculina machista. Reivindica que las mujeres somos, en ciertos aspectos, más libres que los hombres. Que ellos no pueden llorar, que tienen que ser valientes, demostrar su hombría... Y ciertas tonterías por el estilo. Vamos, que nos echan la culpa a nosotras de los diferentes estereotipos de género que la misma sociedad heteropatriarcal a la que pertenecen y defienden impone. Menuda ironía.

   Permitidme deciros que esto no son privilegios: privilegios son los vuestros. Privilegio es recibir un sueldo justo en relación con la cantidad de trabajo que realices. Privilegio es que se tengan en cuenta tus ideas independientemente de tu género. Privilegio es poder acceder a cualquier puesto de trabajo o estatus social sin ser cuestionado por tu género. Privilegio es poder volver a casa tranquilo por las noches, sin pensar que en cualquier momento puede aparecer un hombre y asaltarte por la calle. Privilegio es que no te encuentres constantemente en peligro de acoso o violación. Privilegio es que, si además resultas ser víctima de una violación, no te acusen de que "ibas provocando". Privilegio es poder mostrar tu cuerpo como desees y que no se te juzgue por ello. Privilegio es que no se crea que tu principal misión en la vida es criar a unos hijos que quizás ni siquiera quieres tener. Privilegio es que no se te sexualice por jugar a videojuegos. Privilegio es que no se cuenten chistes en contra de tu género. Privilegio es que no se te considere el "sexo débil", sino simplemente una persona con fuerza y potencial, capaz de superar cualquier adversidad. Y así podría redactar una lista infinita, pero creo que ha quedado bastante claro.

   Queremos, bueno, más bien, necesitamos que se eliminen dichos privilegios. Necesitamos ser libres. Pero necesitamos concienciar a toda persona de que el feminismo es una ideología válida, justa y necesaria. Este movimiento es una crítica, pero no solo a vosotros, hombres de la sociedad. Sino al sistema. Un sistema que nos oprime y rechaza, que nos degrada y considera inferiores. Un sistema que nos juzga y nos cohíbe. Un sistema dominado por el machismo, por los estereotipos de género, la heteronorma; y muchas otras ideologías que excluyen, infravaloran y discriminan a todo tipo de colectivos, no solo al nuestro. Y donde, además, la población califica de absurdo, extremista o innecesario el movimiento feminista.

   ¿Sabéis? Sueño con el día en el que todo el mundo entienda que ser mujer no es ser inferior. Que no somos débiles, delicadas, histéricas, protestonas, mandonas, y todos aquellos adjetivos peyorativos que se utilizan normalmente para calificar a las mujeres. No, no somos princesas. Somos guerreras. Y como luchadoras, vamos a reivindicar nuestros derechos, Vamos a acabar con el patriarcado. Suena utópico, sí; pero me gusta (y quiero) creer en ello. Sonreid, que sí se puede.

domingo, 13 de noviembre de 2016

El poder de valorar las cosas


Cerrados atardeceres. Félix Prieto, Lucía. (Playa de la Misericordia, Málaga, 2016).

     Resulta irónico, a la par que triste, lo poco que valoramos todo lo que poseemos. Y no, no hablo solo de las insignificantes cosas materiales de las que hacemos objetos imprescindibles; como nuestro teléfono móvil, prolongación de la propia existencia. Hablo de aquello junto a lo que nos levantamos cada día, materializado en forma de palabras, sonidos, e incluso personas. Pero las personas no se poseen. Las personas, además, son libres de permanecer a tu lado; y día tras día mantienen su elección. Se mantienen contigo. Y eso es lo que, principalmente, más me entristece de esto: que somos incapaces de valorar a quienes están ahí... Hasta que se van. Y se van para no volver.

     A veces damos por supuesto que una persona va a permanecer a nuestro lado pase lo que pase, y obviamos la necesidad de demostrarle que queremos que lo haga. Poco a poco, descuidamos la relación (ya sea amorosa, de amistad...) porque la damos por sentada. Y eso... Es uno de los mayores peligros. El hecho de no valorar lo que tenemos constituye unos de los peores defectos de la Humanidad. No, no estoy exagerando. Una vida no es nada sin aquellos a los que queremos, que nos dan energía cada día, que nos apoyan y nos quieren de vuelta. Si los perdemos, estamos perdidos.

     Da vértigo pensar, al mirar a alguien a los ojos, que puede ser que esa sea la última vez que esté ahí; o que con el tiempo ese reflejo en sus pupilas empiece a verse difuminado, y desaparezcas. Que desaparezcas tú a la vez que él o ella desaparezca de tu vida. Y te entra un miedo terrible a perderlo todo. Claro, ahora que eres consciente de que todo aquello en lo que crees puede desvanecerse de un momento a otro. Solo así te permites valorarlo y protegerlo. Quererlo, y demostrar lo que lo quieres. Es trágico ser consciente de que todo funciona así. Demasiado.

     Y ahora dime que no te ha pasado. Dime que no ha sido el punto de inflexión en el que te das cuenta de que estás perdiendo a alguien cuando te da por demostrar lo que lo necesitas. Permíteme decirte que te equivocas, aunque creo que eso ya lo sabes. Que las cosas no se demuestran de un día para otro, y que uno no aprende a confiar a raiz de míseras palabras.

     No obstante, siempre asoma un rayo de esperanza. Siempre existe esa persona que te hace querer creer que va a ser capaz de demostrar las cosas, porque al fin y al cabo sabes que las siente. Quizás no solo sea problema de la gente. Quizás el problema sea tuyo, por no considerar nada suficiente. Por esperar más de lo que la otra persona puede darte. Por creer que todo va a salir bien siempre, y si no, no está destinado a ser. No todo es así, no todo tiene por qué ser blanco o negro, "también existen las tonalidades grises".

     ¿Qué nos queda? Os preguntaréis. No nos queda otra que confiar, confiar en que algún día vamos a sentirnos valorados, queridos... Tanto como creemos que merecemos. Porque, como diría Stephen Chbosky: "Aceptamos el amor que creemos merecer"; cuando, realmente, lo que esperamos es que alguien nos quiera más de lo que merecemos. Menuda ambición más absurda y contradictoria, ¿no es cierto?

martes, 1 de noviembre de 2016

Metafóricamente hablando

     

Conocer a una persona es leer un libro. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).

     ¿Sabéis? Me he dado cuenta de que cada persona es un libro. Sí, con sus letras, sus páginas, sus escritos, sus significados. Con el doble sentido de sus párrafos. Las enseñanzas de vida transmitidas a quien se adentra en el mar de dudas que siembra con su historia. Los personajes que protagonizan las hazañas, sus experiencias vividas con un toque de tinta e impresión. El olor a nuevo o añejo de sus contraportadas. La magia de sus palabras. El éxtasis que provoca en el lector que decide adentrarse en lo desconocido de su crónica anunciada. 

   Apreciamos la portada del libro cuando nos lo presentan. Muy lúdico, muy gráfico. Muy superficial. Aquí formulamos los famosos prejuicios, las primeras impresiones sobre una historia que desconocemos. Aquí... Actuamos con soberana estupidez. Se nos ha advertido habitualmente que no debemos juzgar un libro por su portada, y creedme cuando os digo que esta es una de las afirmaciones que se cumple en casi la totalidad de los casos. Un libro puede no parecernos atractivo, bonito, interesante, en un primer vistazo; sin embargo, al ojear sus páginas y leer por encima algunas de ellas, nos damos cuenta de que quizás tenga algo que ofrecernos. Y es que es tanto lo que perdemos por nuestra manía de ignorar la inmensidad de las memorias ajenas...

    Empezamos a conocerla. Leemos el prólogo de su historia. Puede cautivarnos, puede desanimarnos. Incluso puede hacer que desaparezcan nuestras ganas de profundizar en él. Nos hace replantearnos si merece la pena invertir nuestro "valioso" y limitado tiempo en algo en lo que no confiamos. No importa, queda mucho más por analizar. Continuemos. Arriesguémonos a leer un libro que no nos atrae demasiado. Quién sabe si acabaremos devorando sus páginas. 

     Pasamos al primer capítulo. ¡Vaya, si parece que al final va a estar interesante! Comenzamos a conocer a los agentes que intervienen en este relato vital. Se presenta. Nos cuenta sus gustos más superfluos. Como los ojos de color claro, los libros, la escritura, la poesía. Qué sé yo, el sonido del mar. Pero no es suficiente, queremos saber más. Necesitamos saber más. 

     Continuamos avanzando en el cautivador diario, y nos damos cuenta de las mil y una puertas ocultas que hay en cada habitación recóndita. Nos da miedo abrirlas. Claro que nos da miedo. Todo lo desconocido nos provoca siempre un profundo terror irremediable. Pero sabemos que queremos hacerlo. Y solo entonces, conforme escuchamos el relato de lo invisible, sabemos que ha merecido la pena. Entendemos cómo le gustaba el sonido del mar porque le hacía trasladarse a tiempos remotos en lo que todo parecía fluir de forma constante y tranquila, antes de que la tormenta irrumpiera y tornara la marea hacia lo caótico. La atracción incurable por el color claro de los ojos, pues estos son el espejo del alma, y reflejaban la pureza de un alma inundada por amor. O quizás los libros, la literatura... Su salvadora, su terapia. La evasión de su turbio desastre.

     Es, y me atrevo a afirmar, algo mágico el hecho de conocer verdaderamente a una persona. Adentrarnos hasta lo más profundo de su cueva, donde habitan las sombras con las que convive. Ver reflejados en sus páginas todos sus miedos, inquietudes, sueños, frustraciones, ilusiones... El brillo del que se le inundan las palabras al hablar sobre algo que le apasiona, la corrida de tinta de sus letras cuando sus palabras lloran.

     Una persona es poesía, es verso, es metáfora... Es arte. Y como tal, merece ser admirada. Al igual que le ocurre a un lector con su libro. Porque siempre, cuando acabe de leer la última página de su historia, mirará con nostalgia hacia el pasado. Y se saltará el epílogo. Porque sabe que ese libro está inacabado, incompleto; y que aún le quedan mil y una facciones que descubrir. Nunca se conoce del todo a una persona, al igual que no se percibe enteramente el significado de un libro. Quizás eso sea lo bonito: la magia de lo oculto.