sábado, 31 de diciembre de 2016

Hasta siempre, 2016


Las lágrimas del otoño. Félix Prieto, Lucía. (Madrid, 2016).


   Del 2016 me llevo muchas cosas... Quizás demasiadas. No voy a mentir y deciros que ha sido un año fácil, sino todo lo contrario. Ha sido el año de la transición, del cambio, tanto personal como social. Uno de los años más difíciles hasta el momento. Ha sido el año de descubrir un nuevo mundo, y de redescubrirme. El año de las lecciones, del aprendizaje forzoso, y de subir a las nubes para luego resbalarme y caer de golpe en el pavimento. No obstante, también ha sido uno de los mejores años de mi vida. El de las casualidades y los descubrimientos. El de la confianza, el amor, la amistad... El año de la esperanza. El de volver a creer en todo y en todos. El de encontrar dónde se encuentra o se puede encontrar mi felicidad. 

   He aprendido muchas cosas a lo largo de estos 365 días. Entre ellas, a ser fuerte. A luchar contra la "yo" que no quiero ser, y a resurgir de mis cenizas. A poder mirarme en un espejo y no querer llorar cada vez que lo hago; a sonreir porque me veo guapa, o porque los demás me ven así (y no estoy hablando de apariencias). A sonreir, en general. A valorar cada uno de los pequeños detalles que día a día se me brindan, ya sean pequeños placeres o acciones provenientes de las personas que quiero. He aprendido... A controlar mi vida. A escribir mi camino y a comenzar a recorrer la senda por el principio. A seguir las señales que se me van presentando, y a frenar cuando es necesario. A pararme y recapacitar. A darlo todo por aquellos que se lo merecen. He aprendido a ser una buena persona, a ayudar a cualquiera que lo necesite, a cambiar las lágrimas de la gente por muecas de alivio. He aprendido que quizás en el lugar menos pensado puedo llegar a encajar con personas a las que coger un cariño inmenso en poquísimo tiempo; y a mantener a mi lado a la gente que siempre me ha apoyado y querido.

   Y hablando de querer... Sobre todo, he aprendido a hacerlo; o, mejor dicho, me han enseñado a ello. Sí, a mí, una persona que no sabía ni quererse a sí misma. He querido y quiero por encima de mis posibilidades. Y ojo, que no hablo solo de amor romántico, que también; sino del amor en todas sus variantes: amistad, familia... He aprendido a valorar todo y a todos los que tengo a mi alrededor. A darlo todo de mí si es necesario para verlos felices, a entregarles mi tiempo y mi dedicación a las personas que sin duda lo harían por mí (a los demás, que les den). A dar abrazos (pero tampoco más de lo necesario, que se pierde el significado). A saber decir "te quiero" sin que me tiemble todo el cuerpo, a transmitir lo que siento en forma de versos, y de besos; a creer en todo aquello que había dejado siquiera de considerar porque un día me hicieron daño. Sorprendentemente, te das cuenta de que el amor no tiene que doler, sino hacerte feliz. Que si da un poco de miedo al principio, es que merece la pena arriesgarse. Y creedme cuando os digo que volvería a arriesgarme una y otra vez.

   ¿Propósitos para el año nuevo? Quizás no tenga ninguno, quizás tenga demasiados como para enumerarlos. Prometo seguir mejorando cada día para convertirme en aquello que quiero ser, cumplir cada objetivo que me proponga por imposible que parezca (recordad, no hay nada imposible si la ambición y las ganas garantizan el éxito), demostrarle a la gente que quiero lo mucho que lo hago, viajar para redescubrirme (y para ayudar a redescubrir), y seguir aportando granitos de arena a mi reloj de la felicidad, que se rellena cada día gracias a todos vosotros. 

   2017, te pido que seas bueno, y que me llenes tanto como lo hizo el 2016. Solo eso.

domingo, 11 de diciembre de 2016

¿Libertad de prensa? ¿Eso se come?



Dogan Tiliç y Baltasar Garzón reciben su obsequio conmemorativo. Félix Prieto, Lucía. (Salón de Actos de la Universidad, Paseo del Parque; 2016).


   Como estudiante del Grado en Periodismo (UMA), tuve la suerte de asistir el pasado jueves 1 de diciembre a la entrega del VII Premio Internacional de Libertad de Prensa Universidad de Málaga. El galardonado en esta edición fue Dogan Tiliç, corresponsal de la Agencia EFE en Turquía y profesor de la Universidad Técnica de Oriente Medio en Ankara. Este informó a todos los presentes de la crítica situación del periodismo en su país, que posteriormente comentaré. Además, el acto contó con la participación del jurista Baltasar Garzón, quien corroboró dicha visión crítica de Tiliç y realizó una reflexión acerca de la libertad de prensa (y la libertad en general) del resto de países del mundo. 

   En primer lugar, Dogan comenzó hablándonos de cómo, desgraciadamente de forma frecuente, muchos periodistas turcos son encarcelados e incluso asesinados (aunque en la actualidad se reducen dichos casos de extrema violencia) por ejercer su misión: informar a la población de los hechos presentes con transparencia y veracidad. ¿Es esto admisible? Por supuesto que no. Día a día, nuestra profesión se ve amenazada, y principalmente en los países en zona de conflicto y gobernados por regímenes autoritarios, que limitan el acceso a la información en favor de sus intereses, atacando así a uno de los derechos fundamentales del ciudadano: el Derecho a la Información. 

   Es cierto que en estos países la situación es potencialmente más crítica que en los países occidentales, tanto en España y los países europeos, que por cercanía nos afectan de forma directa, como en el resto del globo. Por ello, la clasificación de Reporteros Sin Fronteras, como se sugirió en el acto, debería dividirse en dos; ya que, al mismo tiempo de que en estos países subdesarrollados o conflictivos la libertad de prensa es un bien prácticamente inexistente, no se debe olvidar cómo, en múltiples ocasiones, los demás países también ven afectada su capacidad de decisión a la hora de publicar informaciones o sugerir puntos de vista o simpatías en sus artículos. La censura informativa se aplica en todos los países, en mayor o menos medida, y no podemos relegar la cuestión de la falta de libertad de prensa en países avanzados a un plano inexistente.

   ¿Qué está pasando? Os preguntaréis. Muy sencillo. El capitalismo está pasando. La sociedad del dinero. Los medios de comunicación como siervos de los intereses de demoníacas empresas y conglomerados, y maquiavélicos políticos que, de forma enmascarada, controlan qué se publica y qué no. Informaciones parciales, opiniones vetadas, escapismo periodístico... Déspota doctrina del poder económico y político, que se apodera del sistema de medios. 

   La independencia de un medio reside en su independencia económica, y por ello me atrevo a afirmar que estamos perdidos. Puede que solo lo estemos momentáneamente. O quizás eso espero. Los métodos de financiación en los que se basan los medios, como el accionariado, en el que participan grandes conglomerados, y la venta de espacios publicitarios, no pueden consolidarse como la única forma de subsistencia de la empresa periodística. Debemos encontrar otra solución, eso está claro. Pero... ¿Dónde reside dicha pócima milagrosa?

   Quiero creer que en nosotros. En los ciudadanos de a pie que consumimos información día tras día, sea cual sea el soporte de difusión de esta; en las organizaciones de periodistas a nivel mundial, como Reporteros Sin Fronteras, e incluso a nivel nacional, regional, local y cualquiera de las divisiones territoriales que se correspondan con el sector periodístico más cercano. Ya lo advertía Tiliç:"los periodistas somos más débiles al alejarnos de las organizaciones que nos unen”; asegurando que, para enfrentarse a dichos problemas, "organizarse es la palabra clave”; hablando desde un sentido más humanitario, potenciando la lucha contra la censura. 

   No obstante, desde un punto de vista económico, creo necesario ayudar a la producción  y difusión de mensajes periodísticos fieles a la realidad mediante pequeñas aportaciones económicas, suscripciones... Pagar por la información de calidad, por aquello que necesitamos y reivindicamos, sería sin duda lo justo; no buscar el ahorro y la gratuidad, que parece ser lo único que se premia hoy en día. El buen periodismo no es barato, y si lo exigimos, hemos de favorecer que sea posible.

   Por tanto, a mi parecer, no podemos exigir una información de calidad, veraz y comprometida, si nosotros no contribuimos a que esto ocurra. Lo mismo sucede en la política. Seguramente estaréis hartos de escuchar que uno no puede quejarse de la situación de un país si no ha intervenido en la vida pública, si no ha luchado para que sean escuchadas las verdades que se ocultan, para que se propongan y aprueben medidas más justas para el conjunto de la sociedad, si no ha votado a las formaciones que defienden sus ideales, dejando que gane el lado opresor y desfavorable (según su propio juicio); pero es cierto. Corroborando la opinión que Garzón manifestaba en su discurso, "la indiferencia siempre ha sido la mejor aliada de todos los males que han asolado el mundo, y ciertamente somos los únicos responsables”. No dejemos que la desaparición de la libertad de prensa sea uno de ellos.

sábado, 10 de diciembre de 2016

El significado de la literatura


Literatura en las calles. Félix Prieto, Lucía. (Madrid, 2016).

Para Carmen Matillas, profesora de Lengua y Literatura Castellana


La literatura es más que un texto,
es brisa, es cantar de jilgueros, es un batir de alas.

La literatura es más que palabras:
son testamentos en los confines de lo eterno,
son sentimientos encontrados y reflejos de lo oculto,
de lunas que brillan,
de nubes que se disipan,
de estrellas apagadas y sueños estrellados.

El poeta es más que un sujeto, es un reflector;
y sus versos, el espejo del alma.
Alma atormentada, incandescente, refractada,
oscura; pero a la vez iluminada.
Alma de lo olvidado...
O quizás no olvidado, pero sí ausente.
Ausente en un sentido figurado.
Desaparecido en un bosque de libros,
encontrado en fulgurantes ojos lectores.

Leer... Qué forma más bonita de volar;
y el lápiz y el papel, nuestras alas.
Necesarias para escapar de una monótona realidad
que nos retiene,
que nos encarcela,
y nos encuentra entre barrotes inamovibles.

Leer... Qué huida tan apacible,
qué descanso tan esperado,
qué suspiro de alivio suspendido en nuestro cielo.

Y aprender a leer, a escribir, a imaginar, a soñar...
¡Qué belleza la enseñanza de las letras!

Opresión y dictamen del sistema



Encerrada en la cárcel del sistema. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).

Me veo, pero no me reconozco.
Observo mi silueta en el espejo, pero esa no soy yo.
Qué he hecho yo conmigo
Qué ha hecho el sistema conmigo.

La curva más bonita de mi cuerpo
Ha pasado a ser una mueca de dolor en vez de una sonrisa.
Mis ojos, que una vez tornaron esperanzados, ahora están llenos de penumbra.
Es por eso que no me veo. 
O que me veo, pero no me reconozco.

Quién nos enseña a querernos en este barullo opresor...
Nadie.
Nadie nos ha animado nunca a abrazar cada imperfección de nuestro cuerpo.
Nadie nos ha dicho que somos perfectas tal y como somos.

Porque, para ellos, la perfección es otro mundo diferente y paralelo.
La perfección es un saco de huesos.
Es una piel pálida infraoxigenada, 
Un hueco entre las piernas,
Unos pómulos marcados...
Pero también una sonrisa rota,
Una mirada congelada,
Un corazón frío, 
Una muñeca de porcelana.

Y nosotras, ilusas y consternadas,
Nos unimos a esa búsqueda de la perfección inexistente,
Sin saber que estamos firmando nuestra sentencia de muerte.
Haciendo todo lo posible, sin saberlo, para matarnos lentamente.
Y es triste que a veces eso sea lo que buscamos.
Un punto final a todo este sufrimiento.
Un sufrimiento inducido y normalizado.
Un sufrimiento con el que hemos de acabar; 
Pero no rindiéndonos, sino luchando.

Sueño con un sistema en el que desde pequeñas nos enseñen 
Que lo importante no es contar calorías o kilos, sino sonrisas. 
Que nuestra meta debe ser felices, y no ser delgadas. 
Que nuestros sueños estén enfocados en cosas más importantes que parecernos a esa chica "tan guapa" a la que todo el mundo admira.

Al fin y al cabo, si sucumbimos a lo que se nos impone, estamos dejándolos ganar.
Y somos nosotras las que debemos vencer en esta batalla.
Con los pies firmes.
Con la cabeza bien alta.
Y, sobre todo, queriéndonos; y con una sonrisa bien ancha.

viernes, 25 de noviembre de 2016

El heteropatriarcado y demás toxicidades


Libre expresión del cuerpo. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).

   Hoy no vengo a ponerme filosófica, no. Hoy vengo a quejarme; pero, sobre todo, a deconstruir,. A formar. Me ha invadido el ansia combativa, y he decidido aventurarme a escribir sobre este tema, algo controvertido. Sí, soy feminista; que no feminazi (válgase la absurdidad del concepto). Y sí, hoy, 25 de noviembre, Día Contra la Violencia de Género, me dispongo a explicaros en qué consiste nuestro movimiento. Y a reivindicar nuestra lucha y nuestros ideales.

   En primer lugar, me gustaría empezar por definir la palabra feminismo. Según la RAE, el 'feminismo' se identifica como la "ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres" (definición bastante cuestionable, teniendo en cuenta que la Real Academia Española no es, ni mucho menos, una institución igualitaria, sino patriarcal; con semejantes personajes entre sus sillas como Pérez Reverte, del que me abstengo de comentar). El objetivo del feminismo no es conseguir la igualdad, no. El feminismo no es un movimiento que incluye a los hombres, no. El feminismo busca la liberación de la mujer de las garras del patriarcado. La elevación de su categoría inferior, y la adquisición de los mismos derechos que poseen y han poseído siempre los hombres. La eliminación de los micromachismos y opresiones que sufrimos las mujeres día a día. No buscamos equipararnos al hombre, no. Esto es solo la consecuencia de nuestra lucha. Buscamos ser reconocidas, no oprimidas, libres

   Me gustaría, a continuación, hacer un inciso en una de mis afirmaciones anteriores. "El feminismo no es un movimiento que incluye a los hombres". El feminismo es un movimiento creado por y para las mujeres; ergo los hombres no pueden apropiarse de nuestro movimiento. Faltaría más. No obstante, esto no quiere decir que no puedan apoyarnos, que no posean nuestra ideología. Al contrario, toda ayuda es bienvenida; y es especialmente importante que los hombres, que se encuentran dentro del colectivo opresor, sean conscientes de dicha desigualdad y luchen sin combatirla. Pero los hombres no son "feministas", son aliados. Parece ser que ciertas personas de influencia no entienden dicho concepto (lo cual es bastante común entre la población masculina):




No, perdonad, no sois feministas. No es vuestra lucha. Me autocito: 

"Un hombre siempre va a relegarse a un plano secundario a la hora de hablar de feminismo. Su papel es el de deconstruirse, entender, apoyar. Un hombre no puede ser feminista porque no sufre la opresión; y mantiene los privilegios que oprimen a las mujeres aunque no esté de acuerdo".

   Y sé que esta última frase va a causar cierto desacuerdo entre los varones. "Pero es que las mujeres también tenéis otra clase de privilegios y no nos quejamos", "exigís igualdad de derechos cuando luego la custodia de los hijos siempre os la lleváis vosotras", "si un hombre denuncia por violencia que le ha sido ejercida por parte de una mujer no pasa nada; sin embargo, si es el hombre el que agrede a la mujer, acaba en la cárcel casi sin pruebas"; y otras reclamaciones masculinas (y a veces no solo de ellos), que, permitidme la osadía, deberían ser calificadas de absurdas. Creo que es oportuno apuntar que el hecho de que los jueces otorguen la custodia de los hijos a las mujeres, no es más que otra de las imposiciones de una sociedad machista en la que la mujer está destinada a cuidar a sus descendientes, ya que "ha sido creada para ello" (bastante refutable que esta sea una de las misiones más importantes de la mujer). Y si la justicia defiende más a las mujeres en los casos de violencia del género contrario (sí, como si solo existieran los géneros binarios, menuda elección de término más incompleta), "será por algo". No hay más que ojear los datos de nuestro país referentes al pasado año (no he querido fijarme en estadísticas del presente año, debido a que aún se encuentra inconcluso): 


Fuente:  Portal Estadístico, Delegación del Gobierno para la Violencia de Género

   El 016, número de atención a víctimas de violencia de género, registró una cifra de aproximadamente 82.000 llamadas. Una pasada. Encabeza la lista la Comunidad Autónoma de Madrid, con 14.275 llamadas, seguida de cerca por mi "querida" Andalucía, comunidad en la que se realizaron nada más y nada menos que 12.366 llamadas; según los datos que nos ofrece dicha entidad gubernamental.

 

Fuente:  Portal Estadístico, Delegación del Gobierno para la Violencia de Género

   Además, se realizaron 129.193 denuncias, la mayoría de casos de forma directa por parte de la víctima; e incluso mediante intervención policial. Y ahora atreveos a degradar al feminismo, a decir que somos "unas exageradas", a pensar que el machismo "no es para tanto". Claro que es para tanto.

   Me resulta curioso el artículo El privilegio femenino, de una página denominada blog masculinista (bonito nombre; nótese la ironía), que pone en relieve este sentimiento lastimoso que tanto caracteriza a la población masculina machista. Reivindica que las mujeres somos, en ciertos aspectos, más libres que los hombres. Que ellos no pueden llorar, que tienen que ser valientes, demostrar su hombría... Y ciertas tonterías por el estilo. Vamos, que nos echan la culpa a nosotras de los diferentes estereotipos de género que la misma sociedad heteropatriarcal a la que pertenecen y defienden impone. Menuda ironía.

   Permitidme deciros que esto no son privilegios: privilegios son los vuestros. Privilegio es recibir un sueldo justo en relación con la cantidad de trabajo que realices. Privilegio es que se tengan en cuenta tus ideas independientemente de tu género. Privilegio es poder acceder a cualquier puesto de trabajo o estatus social sin ser cuestionado por tu género. Privilegio es poder volver a casa tranquilo por las noches, sin pensar que en cualquier momento puede aparecer un hombre y asaltarte por la calle. Privilegio es que no te encuentres constantemente en peligro de acoso o violación. Privilegio es que, si además resultas ser víctima de una violación, no te acusen de que "ibas provocando". Privilegio es poder mostrar tu cuerpo como desees y que no se te juzgue por ello. Privilegio es que no se crea que tu principal misión en la vida es criar a unos hijos que quizás ni siquiera quieres tener. Privilegio es que no se te sexualice por jugar a videojuegos. Privilegio es que no se cuenten chistes en contra de tu género. Privilegio es que no se te considere el "sexo débil", sino simplemente una persona con fuerza y potencial, capaz de superar cualquier adversidad. Y así podría redactar una lista infinita, pero creo que ha quedado bastante claro.

   Queremos, bueno, más bien, necesitamos que se eliminen dichos privilegios. Necesitamos ser libres. Pero necesitamos concienciar a toda persona de que el feminismo es una ideología válida, justa y necesaria. Este movimiento es una crítica, pero no solo a vosotros, hombres de la sociedad. Sino al sistema. Un sistema que nos oprime y rechaza, que nos degrada y considera inferiores. Un sistema que nos juzga y nos cohíbe. Un sistema dominado por el machismo, por los estereotipos de género, la heteronorma; y muchas otras ideologías que excluyen, infravaloran y discriminan a todo tipo de colectivos, no solo al nuestro. Y donde, además, la población califica de absurdo, extremista o innecesario el movimiento feminista.

   ¿Sabéis? Sueño con el día en el que todo el mundo entienda que ser mujer no es ser inferior. Que no somos débiles, delicadas, histéricas, protestonas, mandonas, y todos aquellos adjetivos peyorativos que se utilizan normalmente para calificar a las mujeres. No, no somos princesas. Somos guerreras. Y como luchadoras, vamos a reivindicar nuestros derechos, Vamos a acabar con el patriarcado. Suena utópico, sí; pero me gusta (y quiero) creer en ello. Sonreid, que sí se puede.

domingo, 13 de noviembre de 2016

El poder de valorar las cosas


Cerrados atardeceres. Félix Prieto, Lucía. (Playa de la Misericordia, Málaga, 2016).

     Resulta irónico, a la par que triste, lo poco que valoramos todo lo que poseemos. Y no, no hablo solo de las insignificantes cosas materiales de las que hacemos objetos imprescindibles; como nuestro teléfono móvil, prolongación de la propia existencia. Hablo de aquello junto a lo que nos levantamos cada día, materializado en forma de palabras, sonidos, e incluso personas. Pero las personas no se poseen. Las personas, además, son libres de permanecer a tu lado; y día tras día mantienen su elección. Se mantienen contigo. Y eso es lo que, principalmente, más me entristece de esto: que somos incapaces de valorar a quienes están ahí... Hasta que se van. Y se van para no volver.

     A veces damos por supuesto que una persona va a permanecer a nuestro lado pase lo que pase, y obviamos la necesidad de demostrarle que queremos que lo haga. Poco a poco, descuidamos la relación (ya sea amorosa, de amistad...) porque la damos por sentada. Y eso... Es uno de los mayores peligros. El hecho de no valorar lo que tenemos constituye unos de los peores defectos de la Humanidad. No, no estoy exagerando. Una vida no es nada sin aquellos a los que queremos, que nos dan energía cada día, que nos apoyan y nos quieren de vuelta. Si los perdemos, estamos perdidos.

     Da vértigo pensar, al mirar a alguien a los ojos, que puede ser que esa sea la última vez que esté ahí; o que con el tiempo ese reflejo en sus pupilas empiece a verse difuminado, y desaparezcas. Que desaparezcas tú a la vez que él o ella desaparezca de tu vida. Y te entra un miedo terrible a perderlo todo. Claro, ahora que eres consciente de que todo aquello en lo que crees puede desvanecerse de un momento a otro. Solo así te permites valorarlo y protegerlo. Quererlo, y demostrar lo que lo quieres. Es trágico ser consciente de que todo funciona así. Demasiado.

     Y ahora dime que no te ha pasado. Dime que no ha sido el punto de inflexión en el que te das cuenta de que estás perdiendo a alguien cuando te da por demostrar lo que lo necesitas. Permíteme decirte que te equivocas, aunque creo que eso ya lo sabes. Que las cosas no se demuestran de un día para otro, y que uno no aprende a confiar a raiz de míseras palabras.

     No obstante, siempre asoma un rayo de esperanza. Siempre existe esa persona que te hace querer creer que va a ser capaz de demostrar las cosas, porque al fin y al cabo sabes que las siente. Quizás no solo sea problema de la gente. Quizás el problema sea tuyo, por no considerar nada suficiente. Por esperar más de lo que la otra persona puede darte. Por creer que todo va a salir bien siempre, y si no, no está destinado a ser. No todo es así, no todo tiene por qué ser blanco o negro, "también existen las tonalidades grises".

     ¿Qué nos queda? Os preguntaréis. No nos queda otra que confiar, confiar en que algún día vamos a sentirnos valorados, queridos... Tanto como creemos que merecemos. Porque, como diría Stephen Chbosky: "Aceptamos el amor que creemos merecer"; cuando, realmente, lo que esperamos es que alguien nos quiera más de lo que merecemos. Menuda ambición más absurda y contradictoria, ¿no es cierto?

martes, 1 de noviembre de 2016

Metafóricamente hablando

     

Conocer a una persona es leer un libro. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).

     ¿Sabéis? Me he dado cuenta de que cada persona es un libro. Sí, con sus letras, sus páginas, sus escritos, sus significados. Con el doble sentido de sus párrafos. Las enseñanzas de vida transmitidas a quien se adentra en el mar de dudas que siembra con su historia. Los personajes que protagonizan las hazañas, sus experiencias vividas con un toque de tinta e impresión. El olor a nuevo o añejo de sus contraportadas. La magia de sus palabras. El éxtasis que provoca en el lector que decide adentrarse en lo desconocido de su crónica anunciada. 

   Apreciamos la portada del libro cuando nos lo presentan. Muy lúdico, muy gráfico. Muy superficial. Aquí formulamos los famosos prejuicios, las primeras impresiones sobre una historia que desconocemos. Aquí... Actuamos con soberana estupidez. Se nos ha advertido habitualmente que no debemos juzgar un libro por su portada, y creedme cuando os digo que esta es una de las afirmaciones que se cumple en casi la totalidad de los casos. Un libro puede no parecernos atractivo, bonito, interesante, en un primer vistazo; sin embargo, al ojear sus páginas y leer por encima algunas de ellas, nos damos cuenta de que quizás tenga algo que ofrecernos. Y es que es tanto lo que perdemos por nuestra manía de ignorar la inmensidad de las memorias ajenas...

    Empezamos a conocerla. Leemos el prólogo de su historia. Puede cautivarnos, puede desanimarnos. Incluso puede hacer que desaparezcan nuestras ganas de profundizar en él. Nos hace replantearnos si merece la pena invertir nuestro "valioso" y limitado tiempo en algo en lo que no confiamos. No importa, queda mucho más por analizar. Continuemos. Arriesguémonos a leer un libro que no nos atrae demasiado. Quién sabe si acabaremos devorando sus páginas. 

     Pasamos al primer capítulo. ¡Vaya, si parece que al final va a estar interesante! Comenzamos a conocer a los agentes que intervienen en este relato vital. Se presenta. Nos cuenta sus gustos más superfluos. Como los ojos de color claro, los libros, la escritura, la poesía. Qué sé yo, el sonido del mar. Pero no es suficiente, queremos saber más. Necesitamos saber más. 

     Continuamos avanzando en el cautivador diario, y nos damos cuenta de las mil y una puertas ocultas que hay en cada habitación recóndita. Nos da miedo abrirlas. Claro que nos da miedo. Todo lo desconocido nos provoca siempre un profundo terror irremediable. Pero sabemos que queremos hacerlo. Y solo entonces, conforme escuchamos el relato de lo invisible, sabemos que ha merecido la pena. Entendemos cómo le gustaba el sonido del mar porque le hacía trasladarse a tiempos remotos en lo que todo parecía fluir de forma constante y tranquila, antes de que la tormenta irrumpiera y tornara la marea hacia lo caótico. La atracción incurable por el color claro de los ojos, pues estos son el espejo del alma, y reflejaban la pureza de un alma inundada por amor. O quizás los libros, la literatura... Su salvadora, su terapia. La evasión de su turbio desastre.

     Es, y me atrevo a afirmar, algo mágico el hecho de conocer verdaderamente a una persona. Adentrarnos hasta lo más profundo de su cueva, donde habitan las sombras con las que convive. Ver reflejados en sus páginas todos sus miedos, inquietudes, sueños, frustraciones, ilusiones... El brillo del que se le inundan las palabras al hablar sobre algo que le apasiona, la corrida de tinta de sus letras cuando sus palabras lloran.

     Una persona es poesía, es verso, es metáfora... Es arte. Y como tal, merece ser admirada. Al igual que le ocurre a un lector con su libro. Porque siempre, cuando acabe de leer la última página de su historia, mirará con nostalgia hacia el pasado. Y se saltará el epílogo. Porque sabe que ese libro está inacabado, incompleto; y que aún le quedan mil y una facciones que descubrir. Nunca se conoce del todo a una persona, al igual que no se percibe enteramente el significado de un libro. Quizás eso sea lo bonito: la magia de lo oculto.

jueves, 20 de octubre de 2016

Poesía, al fin y al cabo


Flores y fantasía. Félix Prieto, Lucía. (La Alhambra, Granada, 2016).

Sangre de quimeras recostadas en mi vientre,
Dolor en el pecho de quererte.
Atardecer en mi mejilla,
Amanecer de nuevo en tu continente.
Revolución en tu mirada.
Ansias de libertad compartidas en mi refugio.
Brazos abiertos, puños cerrados,
Lucha y paz en armonía con tus párpados.
Fulgor en la comisura de los labios, 
Deseo recorriendo cada uno de tus lunares.
Clandestinidad en los vocablos.
Sed de sonrisas, guerra de caricias...
Y frío en las manos de tu ausencia,
Fantasma del destello invisible.
Cristal roto e irreconocible.
Herida sanadora de estos versos.
Terapia, pugna, conflicto, contradicción.
Poesía, al fin y al cabo.
El mejor remedio contra la ilusión.

domingo, 16 de octubre de 2016

Pérdidas y reconstrucciones

   

Tonalidades de atardecer, desde el balcón. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).

   Es increíble darse cuenta de la fragilidad de las cosas... Saber que, en cualquier momento, todo aquello que permanece contigo, o que eres... puede desvanecerse. Sí, de un momento para otro. Todo aquello que ha costado sudor y lágrimas construir, ese castillo de naipes que tiene aspecto de amistad, relación, o en términos generales: vida... Puede desfallecer. Y, a veces, transformarse en un cristal roto, imposible de recomponer pieza a pieza.

   Entonces, quedan dos opciones: asumir que es imposible volver a edificarlo, o preparar la mezcla de cemento para recolocar y fijar los cimientos, los ladrillos que conforman la estructura de aquello que añoras y temes extraviar. Una ardua tarea, con infinitas posibilidades de fallar en el intento. Misión suicida de reconexión. Convertirte en arquitecto de lo descompuesto. Mago de lo descarriado.

   Sabes que pesa más el miedo a perderlo, que la dificultad de recuperarlo. Rebobinar hacia atrás el cassette, y volver a grabar la historia. Pausar, borrar, play. A veces nos disipamos, perdemos el rumbo... Pero esto no nos impide retomar la senda del desorientado. ¿De veras merece la pena darse por vencido? Nunca. 

   "Si amas algo, déjalo ir". Tonterías. No, no lo dejas ir: luchas por ello. 

lunes, 10 de octubre de 2016

Cómo huir sin desaparecer en el intento


La libertad de volar. Félix Prieto, Lucía. (Monte de Gibralfaro, Málaga, 2016).

   A menudo sentimos la necesidad de huir. En ciertas ocasiones, este deseo de escape se encuentra enfocado al mundo que nos rodea. Nos abruma la realidad que nos ha tocado vivir. Nos ahoga, nos asfixia. Nos sentimos rodeados de seres inertes que camuflan la vista a un horizonte de esperanza, y sabemos que el único rayo de luz que nos podría alcanzar se encuentra lejos. Muy lejos. Darías lo que fuera por esfumarte entre las nubes y despertar en un sitio totalmente ajeno. Empezar de cero, sin que nadie conociera el manuscrito de tu supuesta existencia... Redactado por escritores que no son tú. Forjar la persona que realmente te gustaría ser, no la que se te impone que seas, personaje alimentado con expectativas inalcanzables. Suena tentador... 

   Si os digo la verdad, son escasos los momentos en los que no he querido dejar de pertenecer al sitio en el que me encuentro. Esto lo descubrí hace relativamente poco tiempo, aunque siempre lo he tenido muy dentro. Como un deseo inalcanzable, que mi razón trataba de ocultar para evitar el sufrimiento de ser consciente, la ingenuidad de sentirse acogido cuando en realidad no era más que una extraña en un mar de confusión. Un viaje. Un simple viaje me hizo darme cuenta de que necesitaba (y necesito) redescubrir mi mundo. Redescubrirme. Y eso, en la realidad en la que vivo, es irrealizable. 

   Sin embargo, hay algo que acobarda la salida. Dejar atrás. Abandonar todo lo que ha pertenecido a mi vida, cerrar mi libro antes de escribir el epílogo y comenzar el prólogo de una nueva historia. Me dan verdadero pánico los cambios, tomar decisiones, depender únicamente de mí misma... "¿Cómo saber si un giro de 360º es lo que uno necesita?", os preguntaréis. Eso simplemente se sabe. Y creedme, yo lo sé. Lo sé demasiado bien. Pero tengo miedo. Por suerte o por desgracia, aún no ha llegado el momento de partir. Cuando ocurra, solo entonces sabré si me he equivocado al escoger una senda alejada de la comodidad. O todo lo contrario.

   Existen muchos tipos de huidas, no solo las espaciales, recurrentes en mi pensamiento, como habéis podido comprobar. Las  huidas temporales, error desconsolado de románticos que albergan su esperanza en el recuerdo de tiempos pasados; desdichados entre los que me incluyo: ¡o tempora, o mores!... También las denominadas (por una servidora) huídas artísticas, refugio en lienzos, fotografías, melodías, letras, versos... representaciones de una realidad foránea, niebla de nuestra esencia, placebo para nuestro tormento. Y como ellas, infinidad de diversas vías de escape. No obstante, la huida más complicada es la que se pretende realizar de uno mismo.

   ¿No seria peligroso deshacernos de nuestra esencia? ¿No resulta aterrador? ¿Un acto cobarde? ¿Osado? ¿Necesario? ¿Prescindible? ¿Astuto? ¿Engañoso? No, borrar nuestra historia es misión imposible. No podemos huir de nosotros mismos, por mucho que queramos asumir que existe una mínima probabilidad de éxito en el intento. No podemos deshacernos de aquello que hemos sido, porque gracias a nuestras acciones conformamos la persona que somos hoy en día.

   Ley de causa y efecto, inalterable, constante...  "Todo lo que te sucede en el presente es lo que has creado en el pasado, y todo lo que estás creando en el presente, es lo que te sucederá en el futuro". Como un círculo vicioso, un laberinto personal ideado por cada uno de nosotros, del que es imposible encontrar la salida. Solo queda asumir el impacto y originar nuevos móviles que elaboren un original mapa de objetivos y sus correspondientes consecuentes.

   En palabras de mi querido Stephen Chbosky, “we can't choose where we come from, but we can choose where we go from there". No podemos suprimir una parte de la historia, reescribirla, o tirar el papel del ensayo a la basura... pero sí podemos poner punto y aparte, y continuar nuestra obra teatral por un nuevo acto. No podemos huir... podemos evolucionar. Sin desaparecer en el intento.

domingo, 9 de octubre de 2016

Tú, galaxia; yo, planeta


Barcos, luces, reflejos, magia. Félix Prieto, Lucía. (Muelle 1, Málaga, 2016).

   Me gustaría crear universos paralelos a tus labios.
Realizar viajes astronómicos por tu espalda.
Que el vértice de tu estrella se clavara en mi pecho, y me atravesara el alma.
Y sangrar, sangrar de alegría al perderme en cada una de tus constelaciones.
Unirme a la melodía acompasada de los satélites en tu órbita.
Volar entre las sombras oscuras de tus agujeros negros.
Explotar como un meteorito al entrar en contacto con tu estratosfera.
Derretirme con el Sol de tu mirada.
Ser tu luna, tu satélite.
Convertirme en polvo astronómico...
Y renacer cada vez que me beses.
Falta de oxígeno en mi atmósfera extraterrestre.
Yo solo soy un insignificante planeta,
Y tú...
Tú eres mi galaxia.

martes, 4 de octubre de 2016

Sé que puedes


 

Laoconte. Félix Prieto, Lucía. (Museos Vaticanos, Ciudad del Vaticano, 2016).

   Estamos llenos de ilusiones. Algunos más, otros menos; pero todos tenemos nuestro propio plan, diseñado por y para nosotros mismos. Ese objetivo por el que nos gustaría luchar con uñas y dientes, darlo todo si fuera necesario para conseguirlo. Rebuscando en lo más hondo de tu ser, seguro que encuentras a lo que me refiero. Sí, sabes a lo que me refiero. Sé que lo sabes. Entonces, ¿por qué no eres capaz de perseguir esa meta? ¿Por qué no te atreves?

   Nuestra fuerza de determinación es lo que nos define, nuestra capacidad de decidir por qué luchar y cómo hacerlo. El hecho de no rendirse ya constituye una victoria. ¿Que no vas a ser capaz de hacer 'x' o 'y' cosa? No te lo creas. Es más, ríete en la cara de quien se atreva a decirte eso. Es cierto que a veces la posibilidad de éxito es de un 0,000001 % y en descenso; pero existe. Y en el momento en el que existe una mínima posibilidad de conseguirlo, hay que aferrarse a ella. Hay que creer que se puede. Y es que sí, se puede.

   Créeme, dentro de unos años, no vas a querer echar la vista atrás y darte cuenta de todos esos asuntos pendientes, de lo que dejaste sin hacer y para lo que se ha hecho demasiado tarde. O lo que es peor: arrepentirte de todo lo que ni siquiera intentaste. Al fin y al cabo, la satisfacción de haber conseguido algo que se creía imposible es la mejor forma de acercarse a aquello que llaman felicidad. Nuestra meta final. ¿Es una utopía? ¿Es inalcanzable? Permíteme la osadía de afirmar que no hay nada que no se pueda lograr en esta vida si tenemos la suficiente voluntad de intentarlo una y otra vez, recuperándonos de cada caída, avanzando con pasos lentos pero firmes. La impaciencia es la enemiga de la virtud: todo se logrará a su debido tiempo. Siempre con empeño, dedicación e ilusión. 

   El deseo. "El deseo es el motor", decía un profesor que me enseñó a apreciar un poco más la vida como arte. Y qué gran verdad. No te rindas, jamás. Lucha. Lucha por aquello que quieres ser, por la meta que quieres conseguir, por cumplir tus deseos más sinceros. Lucha para que nadie pueda decirte nunca que no lo intentaste, para dejar sin habla a aquellos que te consideraron incapaz sin saber tu fuerza. Demuestra que puedes. Que eres suficiente. Y más que suficiente: que eres especial. Cada uno de nosotros somos especiales a nuestra manera, y el mundo debe ser consciente de todo el potencial que posees. Sácalo. Explótalo. Cómete el mundo, antes de que él te consuma a ti con una existencia vacía. Y se feliz.

sábado, 1 de octubre de 2016

El pasado, pasado está


Amanecer en el mar. Félix Prieto, Lucía. (Playa de la Misericordia, Málaga, 2016).

   Todos y cada uno de nosotros hemos caído más de una vez en el error de volver al pasado. No estoy hablando de forma presencial, pues es físicamente imposible; pero sí en el pensamiento. La de veces que habremos intentado revivir una escena en nuestra cabeza... Ese primero beso, el primer "te quiero", la primera vez que miraste a esa persona a los ojos y comprendiste que era con la que debías estar... O, simplemente, fuera de materia amorosa, uno de esos días en los que la vida te sonríe, y no te importaría volver a él todas las veces que fueran posibles. Cual simpatizante de Nietzsche y su teoría del eterno retorno.

   Se presenta entonces un problema. Uno muy grande. No, no podemos volver al pasado. Por mucho que queramos. Y tampoco podemos recordar permanentemente todo aquello digno de permanecer en la memoria. "Pues qué putada", dirían algunos. Yo, sin embargo, tras mucho experimentar en primera persona el dolor que supone recrearse en tiempos anteriores, he llegado a una conclusión final: vivir en el pasado no es más que una forma rápida de morir. Recordar... duele. Vivir en el pasado... consume. O si no, que se lo digan a la nostalgia, fiel compañera de tardes tristes con música de Coldplay y Keane de fondo. Sé lo que es mirar una y otra vez las fotografías de tiempos antiguos, y que aparezcan en mi memoria miles de momentos que ya no van a volver. No, nunca van a volver

   Sin embargo, hay algo más que me perturba. Más que perturbarme, me entristece. ¿Por qué no somos capaces de recordar sentimientos? Las imágenes, sonidos, palabras, colores... Todo, todo permanece en nuestra memoria. ¿Por qué no la forma en la que nos sentimos en determinado momento? Tenemos recuerdos vacíos. Incompletos. Y, entonces... ¿Realmente queremos "vivir" (si es que realmente se puede llamar así a estancarse en el pasado) sintiéndonos entes vacíos?

-  Es hora de dejar la melancolía en casa y salir a vivir. Pero a vivir de verdad. -

   Porque, como diría Ted Mosby, "you can't cling to the past. Because no matter how tightly you hold on, it's already gone".

lunes, 26 de septiembre de 2016

El tiempo y su paso


Juego de tonos, luces y oscuridad. Félix Prieto, Lucía. (Monte de Gibralfaro, Málaga, 2016).

   ¿No habéis tenido nunca la sensación de que estáis perdiendo el tiempo? Yo siento que se me escapa cada día. Estoy congelada. No puedo moverme, no consigo avanzar. Sin embargo, el tiempo sigue transcurriendo. Corre, vuela. Y yo sigo aquí, petrificada, como ausente. Noto cómo cada vez la vida pasa más deprisa, y yo me muevo más lento. O directamente no consigo despegarme del suelo.

    He de decir que tengo pánico a los relojes. Observar cómo las agujas avanzan. Cada hora, cada minuto, cada segundo. Tic, tac. Tic, tac. Se acaba el tiempo. Se agota. ¿Y si se me acaba el tiempo? ¿Y si me quedo sin vida suficiente? Será culpa mía. Todo será únicamente culpa de mí misma.

   A veces nos negamos pequeños placeres por el hecho de considerarlos una pérdida de tiempo. Como quedarse mirando fijamente al horizonte con un atardecer bonito, perderse entre el juego de colores, luces y sombras que ofrece. O dar un paseo por la playa, sintiendo el mar y su paso, el romper de las olas, la brisa marina acariciando nuestra mejilla. O, vete tú a saber, la lectura de un poema de Luis Cernuda a la luz de la luna. Cuán bohemia me pongo, por cierto. Pero... ¿Qué es realmente perder el tiempo?

   ¿Sabéis? Antes, releyendo algunos fragmentos de mi libro favorito, "Momo", de Michael Ende (una obra maestra, sin duda), me llamó la atención una frase que dice así: "Porque cada hombre tiene su propio tiempo. Y solo mientras siga siendo suyo se mantiene vivo". Reflexionad sobre ello antes de seguir leyéndome, tan solo unos minutos. Sí, de ese tiempo que tanto tememos malgastar.

   Somos nosotros mismos por esos pequeños momentos que nos dedicamos, esos placeres a los que sucumbimos, y que nos "roban" minutos de nuestra preciada vida. Y digo preciada con cierto "retintín", porque creo que los límites del significado de esta palabra se tornaron difusos hace mucho.¿Qué consideramos nosotros vida hoy en día? ¿Es acaso vida la supervivencia en un mundo que nos consume, que nos hace infelices, que nos obliga a vivir en una realidad que no nos gusta? A mi parecer, nada de esto es vida. No lo es, y lo peor es que somos nosotros los que permitimos que no lo sea. Nos resignamos a un concepto de vida que la sociedad determina, que nos dice que para alcanzar la felicidad necesitamos aprovechar nuestro tiempo. ¡Cómo si ellos supieran qué es lo que nos hace felices! Somos simple marionetas de una sociedad dictadora. Y así... Así, no vivimos. Pero claro, eso es solo mi opinión.

   - Ningún tiempo es perdido si lo empleamos en hacer algo que nos haga felices -

domingo, 25 de septiembre de 2016

Comienzos

 

La suavidad de una planta. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).

   Si os digo la verdad, no sé cómo empezar ni sobre qué escribir. Es mi primera entrada en el blog. La primera de muchas.

   Se avecinan cambios en mi vida. Es época de empezar de cero en otro lugar, aunque este lugar permanezca cerca de "casa". De mi hogar... ¿Hogar? No creo que sea esta la palabra adecuada. Para mí, no existe como tal; al menos no de forma física. No pertenezco a ningún sitio. Siempre he querido huir lejos, muy lejos; y creedme: algún día lo haré.

   Sin embargo, en cuestión de días comienzo la universidad. Sitio nuevo, profesores nuevos, amigos nuevos. Quién sabe si serán amigos, o simplemente conocidos. El caso es que no sé cómo sentirme al respecto. Me invaden emociones diversas. En primer lugar, ilusión. Ilusión por conocer algo nuevo, cambiar de aires, sentirme un poco más "yo"; enfocando mi vida hacia lo que me gusta, acercándome cada día un poco más a mi meta, a lo que quiero escoger como camino. Pero también miedo, incertidumbre, dudas. ¿Y si me equivoco? ¿Y si realmente no es lo que me gusta? Puedo ser tan segura como insegura respecto a mí, y eso es un gran defecto. Una contradicción, palabra que sin duda podría describirme como ninguna otra. No obstante, sé que si no me hubiera arriesgado a elegir esta carrera, me hubiera arrepentido. O no. Quién sabe.

   Además, le tengo un pánico terrible a los cambios, aunque yo misma reconozca que son necesarios. Cuando uno se pone a pensar en el fin de esta etapa, lo primero que se le viene a la cabeza es un "voy a echar de menos todo esto". Tras seis años acostumbrados a una incesante rutina cada día, en el mismo lugar, viendo las mismas caras de sueño cada mañana, riendo y viviendo muchas otras experiencias con las mismas personas... De repente, todo cambia. Y pensar que todo ello no va a volver a ocurrir, quizás dé un poco de vértigo. Por no decir demasiado. O quizás soy yo, poniéndome nostálgica al escribir esto. No lo sé.

   Cada una de las personas que han formado parte de tu vida hasta la fecha escoge un camino diferente. Lo efímero de algunas amistades se basa tristemente en eso: la diversidad de elecciones favorece el distanciamiento. Y, a veces, el hecho de distanciarse desemboca en una pérdida. Sin embargo, he aprendido, tras muchas experiencias similares, que los amigos vienen y van, y van y vienen. Que quien de verdad quiere permanecer a tu lado, vuelve; por mucho que se aleje. Por ello, he de decir que, al menos en este aspecto, no estoy del todo preocupada.

   Lo que verdaderamente me preocupa soy yo. Pero eso es una larga historia que os contaré otro día. O quizás no.

*Nota mental: debería dejar de parecer tan dudosa cuando escribo. O puede que me guste que mi escritura me refleje. Bueno, no. Mejor no.

Mucha suerte a todos en vuestro nuevo y propio camino.