sábado, 31 de diciembre de 2016

Hasta siempre, 2016


Las lágrimas del otoño. Félix Prieto, Lucía. (Madrid, 2016).


   Del 2016 me llevo muchas cosas... Quizás demasiadas. No voy a mentir y deciros que ha sido un año fácil, sino todo lo contrario. Ha sido el año de la transición, del cambio, tanto personal como social. Uno de los años más difíciles hasta el momento. Ha sido el año de descubrir un nuevo mundo, y de redescubrirme. El año de las lecciones, del aprendizaje forzoso, y de subir a las nubes para luego resbalarme y caer de golpe en el pavimento. No obstante, también ha sido uno de los mejores años de mi vida. El de las casualidades y los descubrimientos. El de la confianza, el amor, la amistad... El año de la esperanza. El de volver a creer en todo y en todos. El de encontrar dónde se encuentra o se puede encontrar mi felicidad. 

   He aprendido muchas cosas a lo largo de estos 365 días. Entre ellas, a ser fuerte. A luchar contra la "yo" que no quiero ser, y a resurgir de mis cenizas. A poder mirarme en un espejo y no querer llorar cada vez que lo hago; a sonreir porque me veo guapa, o porque los demás me ven así (y no estoy hablando de apariencias). A sonreir, en general. A valorar cada uno de los pequeños detalles que día a día se me brindan, ya sean pequeños placeres o acciones provenientes de las personas que quiero. He aprendido... A controlar mi vida. A escribir mi camino y a comenzar a recorrer la senda por el principio. A seguir las señales que se me van presentando, y a frenar cuando es necesario. A pararme y recapacitar. A darlo todo por aquellos que se lo merecen. He aprendido a ser una buena persona, a ayudar a cualquiera que lo necesite, a cambiar las lágrimas de la gente por muecas de alivio. He aprendido que quizás en el lugar menos pensado puedo llegar a encajar con personas a las que coger un cariño inmenso en poquísimo tiempo; y a mantener a mi lado a la gente que siempre me ha apoyado y querido.

   Y hablando de querer... Sobre todo, he aprendido a hacerlo; o, mejor dicho, me han enseñado a ello. Sí, a mí, una persona que no sabía ni quererse a sí misma. He querido y quiero por encima de mis posibilidades. Y ojo, que no hablo solo de amor romántico, que también; sino del amor en todas sus variantes: amistad, familia... He aprendido a valorar todo y a todos los que tengo a mi alrededor. A darlo todo de mí si es necesario para verlos felices, a entregarles mi tiempo y mi dedicación a las personas que sin duda lo harían por mí (a los demás, que les den). A dar abrazos (pero tampoco más de lo necesario, que se pierde el significado). A saber decir "te quiero" sin que me tiemble todo el cuerpo, a transmitir lo que siento en forma de versos, y de besos; a creer en todo aquello que había dejado siquiera de considerar porque un día me hicieron daño. Sorprendentemente, te das cuenta de que el amor no tiene que doler, sino hacerte feliz. Que si da un poco de miedo al principio, es que merece la pena arriesgarse. Y creedme cuando os digo que volvería a arriesgarme una y otra vez.

   ¿Propósitos para el año nuevo? Quizás no tenga ninguno, quizás tenga demasiados como para enumerarlos. Prometo seguir mejorando cada día para convertirme en aquello que quiero ser, cumplir cada objetivo que me proponga por imposible que parezca (recordad, no hay nada imposible si la ambición y las ganas garantizan el éxito), demostrarle a la gente que quiero lo mucho que lo hago, viajar para redescubrirme (y para ayudar a redescubrir), y seguir aportando granitos de arena a mi reloj de la felicidad, que se rellena cada día gracias a todos vosotros. 

   2017, te pido que seas bueno, y que me llenes tanto como lo hizo el 2016. Solo eso.

domingo, 11 de diciembre de 2016

¿Libertad de prensa? ¿Eso se come?



Dogan Tiliç y Baltasar Garzón reciben su obsequio conmemorativo. Félix Prieto, Lucía. (Salón de Actos de la Universidad, Paseo del Parque; 2016).


   Como estudiante del Grado en Periodismo (UMA), tuve la suerte de asistir el pasado jueves 1 de diciembre a la entrega del VII Premio Internacional de Libertad de Prensa Universidad de Málaga. El galardonado en esta edición fue Dogan Tiliç, corresponsal de la Agencia EFE en Turquía y profesor de la Universidad Técnica de Oriente Medio en Ankara. Este informó a todos los presentes de la crítica situación del periodismo en su país, que posteriormente comentaré. Además, el acto contó con la participación del jurista Baltasar Garzón, quien corroboró dicha visión crítica de Tiliç y realizó una reflexión acerca de la libertad de prensa (y la libertad en general) del resto de países del mundo. 

   En primer lugar, Dogan comenzó hablándonos de cómo, desgraciadamente de forma frecuente, muchos periodistas turcos son encarcelados e incluso asesinados (aunque en la actualidad se reducen dichos casos de extrema violencia) por ejercer su misión: informar a la población de los hechos presentes con transparencia y veracidad. ¿Es esto admisible? Por supuesto que no. Día a día, nuestra profesión se ve amenazada, y principalmente en los países en zona de conflicto y gobernados por regímenes autoritarios, que limitan el acceso a la información en favor de sus intereses, atacando así a uno de los derechos fundamentales del ciudadano: el Derecho a la Información. 

   Es cierto que en estos países la situación es potencialmente más crítica que en los países occidentales, tanto en España y los países europeos, que por cercanía nos afectan de forma directa, como en el resto del globo. Por ello, la clasificación de Reporteros Sin Fronteras, como se sugirió en el acto, debería dividirse en dos; ya que, al mismo tiempo de que en estos países subdesarrollados o conflictivos la libertad de prensa es un bien prácticamente inexistente, no se debe olvidar cómo, en múltiples ocasiones, los demás países también ven afectada su capacidad de decisión a la hora de publicar informaciones o sugerir puntos de vista o simpatías en sus artículos. La censura informativa se aplica en todos los países, en mayor o menos medida, y no podemos relegar la cuestión de la falta de libertad de prensa en países avanzados a un plano inexistente.

   ¿Qué está pasando? Os preguntaréis. Muy sencillo. El capitalismo está pasando. La sociedad del dinero. Los medios de comunicación como siervos de los intereses de demoníacas empresas y conglomerados, y maquiavélicos políticos que, de forma enmascarada, controlan qué se publica y qué no. Informaciones parciales, opiniones vetadas, escapismo periodístico... Déspota doctrina del poder económico y político, que se apodera del sistema de medios. 

   La independencia de un medio reside en su independencia económica, y por ello me atrevo a afirmar que estamos perdidos. Puede que solo lo estemos momentáneamente. O quizás eso espero. Los métodos de financiación en los que se basan los medios, como el accionariado, en el que participan grandes conglomerados, y la venta de espacios publicitarios, no pueden consolidarse como la única forma de subsistencia de la empresa periodística. Debemos encontrar otra solución, eso está claro. Pero... ¿Dónde reside dicha pócima milagrosa?

   Quiero creer que en nosotros. En los ciudadanos de a pie que consumimos información día tras día, sea cual sea el soporte de difusión de esta; en las organizaciones de periodistas a nivel mundial, como Reporteros Sin Fronteras, e incluso a nivel nacional, regional, local y cualquiera de las divisiones territoriales que se correspondan con el sector periodístico más cercano. Ya lo advertía Tiliç:"los periodistas somos más débiles al alejarnos de las organizaciones que nos unen”; asegurando que, para enfrentarse a dichos problemas, "organizarse es la palabra clave”; hablando desde un sentido más humanitario, potenciando la lucha contra la censura. 

   No obstante, desde un punto de vista económico, creo necesario ayudar a la producción  y difusión de mensajes periodísticos fieles a la realidad mediante pequeñas aportaciones económicas, suscripciones... Pagar por la información de calidad, por aquello que necesitamos y reivindicamos, sería sin duda lo justo; no buscar el ahorro y la gratuidad, que parece ser lo único que se premia hoy en día. El buen periodismo no es barato, y si lo exigimos, hemos de favorecer que sea posible.

   Por tanto, a mi parecer, no podemos exigir una información de calidad, veraz y comprometida, si nosotros no contribuimos a que esto ocurra. Lo mismo sucede en la política. Seguramente estaréis hartos de escuchar que uno no puede quejarse de la situación de un país si no ha intervenido en la vida pública, si no ha luchado para que sean escuchadas las verdades que se ocultan, para que se propongan y aprueben medidas más justas para el conjunto de la sociedad, si no ha votado a las formaciones que defienden sus ideales, dejando que gane el lado opresor y desfavorable (según su propio juicio); pero es cierto. Corroborando la opinión que Garzón manifestaba en su discurso, "la indiferencia siempre ha sido la mejor aliada de todos los males que han asolado el mundo, y ciertamente somos los únicos responsables”. No dejemos que la desaparición de la libertad de prensa sea uno de ellos.

sábado, 10 de diciembre de 2016

El significado de la literatura


Literatura en las calles. Félix Prieto, Lucía. (Madrid, 2016).

Para Carmen Matillas, profesora de Lengua y Literatura Castellana


La literatura es más que un texto,
es brisa, es cantar de jilgueros, es un batir de alas.

La literatura es más que palabras:
son testamentos en los confines de lo eterno,
son sentimientos encontrados y reflejos de lo oculto,
de lunas que brillan,
de nubes que se disipan,
de estrellas apagadas y sueños estrellados.

El poeta es más que un sujeto, es un reflector;
y sus versos, el espejo del alma.
Alma atormentada, incandescente, refractada,
oscura; pero a la vez iluminada.
Alma de lo olvidado...
O quizás no olvidado, pero sí ausente.
Ausente en un sentido figurado.
Desaparecido en un bosque de libros,
encontrado en fulgurantes ojos lectores.

Leer... Qué forma más bonita de volar;
y el lápiz y el papel, nuestras alas.
Necesarias para escapar de una monótona realidad
que nos retiene,
que nos encarcela,
y nos encuentra entre barrotes inamovibles.

Leer... Qué huida tan apacible,
qué descanso tan esperado,
qué suspiro de alivio suspendido en nuestro cielo.

Y aprender a leer, a escribir, a imaginar, a soñar...
¡Qué belleza la enseñanza de las letras!

Opresión y dictamen del sistema



Encerrada en la cárcel del sistema. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).

Me veo, pero no me reconozco.
Observo mi silueta en el espejo, pero esa no soy yo.
Qué he hecho yo conmigo
Qué ha hecho el sistema conmigo.

La curva más bonita de mi cuerpo
Ha pasado a ser una mueca de dolor en vez de una sonrisa.
Mis ojos, que una vez tornaron esperanzados, ahora están llenos de penumbra.
Es por eso que no me veo. 
O que me veo, pero no me reconozco.

Quién nos enseña a querernos en este barullo opresor...
Nadie.
Nadie nos ha animado nunca a abrazar cada imperfección de nuestro cuerpo.
Nadie nos ha dicho que somos perfectas tal y como somos.

Porque, para ellos, la perfección es otro mundo diferente y paralelo.
La perfección es un saco de huesos.
Es una piel pálida infraoxigenada, 
Un hueco entre las piernas,
Unos pómulos marcados...
Pero también una sonrisa rota,
Una mirada congelada,
Un corazón frío, 
Una muñeca de porcelana.

Y nosotras, ilusas y consternadas,
Nos unimos a esa búsqueda de la perfección inexistente,
Sin saber que estamos firmando nuestra sentencia de muerte.
Haciendo todo lo posible, sin saberlo, para matarnos lentamente.
Y es triste que a veces eso sea lo que buscamos.
Un punto final a todo este sufrimiento.
Un sufrimiento inducido y normalizado.
Un sufrimiento con el que hemos de acabar; 
Pero no rindiéndonos, sino luchando.

Sueño con un sistema en el que desde pequeñas nos enseñen 
Que lo importante no es contar calorías o kilos, sino sonrisas. 
Que nuestra meta debe ser felices, y no ser delgadas. 
Que nuestros sueños estén enfocados en cosas más importantes que parecernos a esa chica "tan guapa" a la que todo el mundo admira.

Al fin y al cabo, si sucumbimos a lo que se nos impone, estamos dejándolos ganar.
Y somos nosotras las que debemos vencer en esta batalla.
Con los pies firmes.
Con la cabeza bien alta.
Y, sobre todo, queriéndonos; y con una sonrisa bien ancha.