domingo, 26 de febrero de 2017

"Somos solitarios permanentemente en contacto"


Digitalización vital. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2017).


     Tenemos la necesidad de contar en todo momento lo que hacemos y con quién lo hacemos, de mostrar cómo nos sentimos en forma de limitados caracteres. De revelar qué nos gusta y cómo nos gusta, como si alguien fuera a tenerlo en cuenta. De dar nuestra opinión acerca de cualquier tema, incluso de aquellos sobre los que no tenemos ni idea, sin que nadie nos pregunte. De sentirnos escuchados (o leídos), aún sabiendo que probablemente sea a un porcentaje muy bajo de la gente que nos está leyendo al que verdaderamente le interese todo lo que relatamos. De colgar fotos de cada fiesta, cada encuentro con nuestros amigos, etc, como si necesitáramos mostrar al mundo que no estamos solos, que somos sociables, extrovertidos, divertidos, alegres... Sí, por qué no admitirlo, tenemos la necesidad de aparentar que somos quienes no somos en todas nuestras redes sociales.

     ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué lo hacemos? ¿Por qué no paramos de subir a Internet fotografías que dan constancia de lo "felices" que somos (aunque, y está más que demostrado, en ciertas ocasiones estas no sean sino mera apariencia)? ¿Por qué tenemos la necesidad de acercar nuestra experiencia vital a conocidos (que no amigos) y extraños, cuando debería ser algo personal e íntimo? Da la sensación de que nuestra vida no podría existir si no estuviera digitalizada, como si fuera condición sine qua non que cientos, miles o millones de personas tengan acceso a nuestros recuerdos para hacerlos reales... Parece como si el hecho de reservar aspectos de nosotros mismos y no hacerlos públicos en las redes nos anulara como personas.

    ¿Qué se encuentra detrás de todo ello? Una soledad inmensa. Ya lo dijo Zygmunt Bauman: "Somos solitarios permanentemente en contacto". Las redes sociales nos consumen, nos aniquilan, nos reducen a meras apariencias.

     Ahora decidme que no es triste quedar con un grupo de amigos y que no paren de interactuar con sus teléfonos móviles en vez de entre ellos. Que sustituyan el calor humano por el calor digital. Que se pierdan las sonrisas compartidas y se conviertan en emojis que se envían a través de WhatsApp. Que las cartas escritas a mano hayan sido sustituidas por mensajes largos que se leen detrás de una pantalla, y que las palabras más sinceras que se pronunciaban mirando a los ojos, fijamente, sean ahora indirectas resumidas en 140 caracteres que flotan en la nada. Decidme que no os da pena ver cómo todo contacto entre personas queda reducido a una mera interacción digital, y que los abrazos, los besos, o cualquier demostración de amor (y no hablo solo de pareja) pierda valor por un insignificante "no me contestaste al WhatsApp y ví que estabas en línea".

     Cada vez somos más las personas que nos estamos quedando sin vida por culpa de las redes sociales. Ha llegado un momento en el que no somos capaces de disfrutar de nada de verdad, porque estamos más pendientes de hacer que los demás vean que lo hacemos que de verdaderamente entregarnos a ello. Ya no experimentamos las cosas, ahora las publicamos, y ya luego, si eso, nos paramos un segundo a ver qué ocurre. No apreciamos nada. Absolutamente nada. ¿Sabéis? A veces envidio a un amigo mío, que no necesita las redes sociales para vivir. Cada vez son menos las personas como él, que son capaces de subsistir sin permanecer eternamente conectados a la red, sin publicar todo lo que experimentan, sin dar constancia de cómo se sienten a gente que no conocen (sin embargo, prefieren hacerlo en persona, con gente de confianza, ¡qué descubrimiento más útil!).

Creo que, después de leer todo esto, hay algo que queda claro, y es lo siguiente: 

Merece la pena pararse a pensar, y darse cuenta de que la vida real no se encuentra detrás de una pantalla.

Yo he decidido desintoxicarme un poco de las redes sociales. Hazlo tú también. 
No dejes que la tecnología determine quien (no) eres.

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