sábado, 14 de enero de 2017

"Vida, dulce trampa mortal"


Alarma de autodesconocimiento. Félix Prieto, Lucía. (Málaga, 2016).


   Todos los seres humanos poseemos una tendencia natural a optar por la autodestrucción. De entre los miles de caminos que podemos escoger, nos inclinamos por la opción que más daño es posible que nos haga. Y lo sabemos, claro que lo sabemos; pero nos decantamos por ello de igual manera. ¿Qué sentido tiene? Ninguno. ¿Somos estúpidos por naturaleza, entonces? Lo dudo. Lo que ocurre es que resultamos ser lo suficientemente ingenuos como para nublar dicha opción nociva, autoconvenciéndonos de que quizás sea lo que debemos hacer; lo que realmente queremos, lo que pensamos que va a poder hacernos felices... No obstante, como ya sabemos de sobra, el dolor y la felicidad no son sentimientos compatibles. Esta última se define como la ausencia de aflicciones; y es, por tanto, antónima del sufrimiento. Pero qué cabeza tan mórbida la nuestra, que decide castigarnos por permanecer semidormidos.

   De repente llega un día en el que miras "tu reflejo" en el espejo y no te reconoces. "¿Quién es este que se ha apoderado de mi cuerpo?". Te sientes desconcertado, deshecho, confundido... "Yo no soy lo que el cristal me muestra", afirmas rotundamente, asustado. Tus ojos lucen derrotados, arropados por unas oscuras ojeras que evidencian el cansancio que arrastras. Tu piel ha perdido color, suavidad... Luz, esa luz de la energía que tanto te caracterizaba. Ahora está mucho más pálida y tersa, más apagada..., como tu luz, igual de extinta.

   Entonces te preguntas qué ha podido suceder... Y en ese mismo instante lo sabes. Sabes que la única causa de extinción has sido tú mismo. Emergen en tu memoria recuerdos de aquellos momentos en los que decidiste darte por vencido aun sabiendo que existía la posibilidad lejana de éxito, por muy mínima que fuera; todas esas veces en las que te odiaste, porque aquello que querías (y que pensabas que necesitabas) estaba "fuera de tu alcance". Cuando tu única solución o vía de escape era el alcohol, beber hasta dejar de ser consciente de tu propia existencia, camuflar momentáneamente tu insatisfacción y tristeza y dejar de recordar quién eras y cuál era tu vida... Todo, todo ello para nada. Para olvidar lo ineludible... Menuda táctica de mierda, con perdón de la vulgar expresión.

   Pero eres consciente de algo más: esto no te ocurre solo a ti. Estás rodeado de máscaras, tras las que se esconden sustancias inertes, quebrantos de ilusiones, humo que se disipa. Todo, o casi todo el mundo a tu alrededor constantemente recurre a vanos procedimientos como los tuyos. Unos se refugian en relaciones tóxicas, otros se aíslan, muchos se entierran bajo sustancias nocivas, drogas de la calamidad. Cada uno de ellos se encierra en su propia burbuja, demasiado atemorizados como para enfrentarse al mundo, que los desafía con garras... La vieja tortura de la inconsciencia. Novios de la muerte.

   Y yo me pregunto: ¿por qué no reivindicar formas de evasión tan bonitas como un abrazo, en vez de entregarnos a armas sutiles de destrucción masiva? Nosotros y nuestra maldita manía de autodestruirnos. Luchemos contra nuestros instintos suicidas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario