domingo, 13 de noviembre de 2016

El poder de valorar las cosas


Cerrados atardeceres. Félix Prieto, Lucía. (Playa de la Misericordia, Málaga, 2016).

     Resulta irónico, a la par que triste, lo poco que valoramos todo lo que poseemos. Y no, no hablo solo de las insignificantes cosas materiales de las que hacemos objetos imprescindibles; como nuestro teléfono móvil, prolongación de la propia existencia. Hablo de aquello junto a lo que nos levantamos cada día, materializado en forma de palabras, sonidos, e incluso personas. Pero las personas no se poseen. Las personas, además, son libres de permanecer a tu lado; y día tras día mantienen su elección. Se mantienen contigo. Y eso es lo que, principalmente, más me entristece de esto: que somos incapaces de valorar a quienes están ahí... Hasta que se van. Y se van para no volver.

     A veces damos por supuesto que una persona va a permanecer a nuestro lado pase lo que pase, y obviamos la necesidad de demostrarle que queremos que lo haga. Poco a poco, descuidamos la relación (ya sea amorosa, de amistad...) porque la damos por sentada. Y eso... Es uno de los mayores peligros. El hecho de no valorar lo que tenemos constituye unos de los peores defectos de la Humanidad. No, no estoy exagerando. Una vida no es nada sin aquellos a los que queremos, que nos dan energía cada día, que nos apoyan y nos quieren de vuelta. Si los perdemos, estamos perdidos.

     Da vértigo pensar, al mirar a alguien a los ojos, que puede ser que esa sea la última vez que esté ahí; o que con el tiempo ese reflejo en sus pupilas empiece a verse difuminado, y desaparezcas. Que desaparezcas tú a la vez que él o ella desaparezca de tu vida. Y te entra un miedo terrible a perderlo todo. Claro, ahora que eres consciente de que todo aquello en lo que crees puede desvanecerse de un momento a otro. Solo así te permites valorarlo y protegerlo. Quererlo, y demostrar lo que lo quieres. Es trágico ser consciente de que todo funciona así. Demasiado.

     Y ahora dime que no te ha pasado. Dime que no ha sido el punto de inflexión en el que te das cuenta de que estás perdiendo a alguien cuando te da por demostrar lo que lo necesitas. Permíteme decirte que te equivocas, aunque creo que eso ya lo sabes. Que las cosas no se demuestran de un día para otro, y que uno no aprende a confiar a raiz de míseras palabras.

     No obstante, siempre asoma un rayo de esperanza. Siempre existe esa persona que te hace querer creer que va a ser capaz de demostrar las cosas, porque al fin y al cabo sabes que las siente. Quizás no solo sea problema de la gente. Quizás el problema sea tuyo, por no considerar nada suficiente. Por esperar más de lo que la otra persona puede darte. Por creer que todo va a salir bien siempre, y si no, no está destinado a ser. No todo es así, no todo tiene por qué ser blanco o negro, "también existen las tonalidades grises".

     ¿Qué nos queda? Os preguntaréis. No nos queda otra que confiar, confiar en que algún día vamos a sentirnos valorados, queridos... Tanto como creemos que merecemos. Porque, como diría Stephen Chbosky: "Aceptamos el amor que creemos merecer"; cuando, realmente, lo que esperamos es que alguien nos quiera más de lo que merecemos. Menuda ambición más absurda y contradictoria, ¿no es cierto?

No hay comentarios:

Publicar un comentario